El aficionado al fútbol es por lo general supersticioso y muy cagón. Ve a su equipo como una especie de ejército mitológico cuya suerte, la victoria o la derrota, dependen de un caprichoso destino, influidas por una serie de acciones absolutamente ajenas al juego y al equipo; por ejemplo, lo que se escriba en foros y redes sociales o lo que publiquen los «influencers» en forma de vídeos, twits, etc. Sí: en plena era tecnológica Pepito Pérez piensa que las sandeces que teclea en una casilla de comentarios llegarán a tener efecto en si la pelotita entra o no en el estadio de Wembley, y cree firmemente en gafes, contragafes y similares conceptos esotéricos.
Otra manifestación de este fenómeno es la lógica inversa según la cual, cuanto más fácil el rival, más peligroso el partido. Es decir que será más difícil ganarle al quinto de la Liga alemana (a 27 puntitos de nada del primero), una de esas madres que llegan a la final cada pocos años por la parte fácil del cuadro, que a equipos rebosantes de figuras y millones como el City, el Liverpool o similares. La lógica del razonamiento es nula, pero creen que siendo «humildes» ejercerán una especie de contrafuerza que ayudará a su equipo a ganar. En realidad están sintiendo el vacío que les provoca el carecer de justificación para el habitual miedo precedente a una final.
En el mundo real, lejos de este oscurantismo y mariconería más bien sonrojantes, los jugadores del Madrid viven la final casi como una rutina; apenas les llega una fracción de lo que se publica en redes, y si ven algo es para descojonarse de risa. Su trabajo es ganar partidos, y la Champions para ellos es como para el panadero hacer panes y donuts, o para el charcutero hacer chorizos. Lo que para nosotros es épico, para ellos es «su curro», y nadie lo hace mejor, al menos en esta competición de los esfuerzos cortos. ¿El Dortmund de Borussia? Por favor. Se están pellizcando por llegar a la final, en cuanto tengan delante a los del Madrid les darán ganas de llamarles de usted, y en cuanto acabe el partido habrá una competencia no muy disimulada por quedarse con las camisetas de las estrellas blan… vikin… bueno, madridistas. Su estrella es Marco Reus, un tercera espada europeo que nunca ha ganado nada relevante en clubes, e incluso me llega por vía interna que se ha comido alguna polla del tamaño de Kansas.
¿Que puede haber accidentes? Hombre, sí, pueden marcar en el minuto 1 porque estabas mirando a las musarañas o el álbitro puede sacarte una roja para «dar interés» a la cosa, pero incluso en esas circunstancias el Madrid tendría grandes posibilidades; es un partido que juegas 50 veces y ganas 49. Sin embargo, es bastante más probable un encuentro cómodo, desde luego más que cualquiera de las finales contra el Paleti, o la que jugamos contra la Juve de Tristegri, que en teoría era un gran equipo. El aficionado gay necesita alimentar a la yshteria como el tendero de Maguila Gorila tenía que darle diez kilos de plátanos diarios al simio, pero me temo que esta vez la pobre va a morir de inanición.
Y bueno, el que no crea, o el que piense que esta entrada es «gafe», puede aprovechar que ha empezado el mes del «Orgullo» para hacer un desfilito en tanga describiendo círculos entre el Bernabéu y Chueca hasta el final del partido, que sea cual sea el resultado seguro que pilla cacho.