En la Euro voy con Japón

Sí, bueno, ¿no? Soy de la opinión de que no existen los trabajos fáciles, ni siquiera ser funcionario del Reino de España. Todo lo que implique levantarse de la cama, vestirse y hacer algo distinto a lo que nos dé la real gana, sobre todo de cara al público, acaba consumiendo gran parte de nuestra energía. Esto «aplica» también a los futbolistas, cuyo trabajo parece todo «juegos y diversión», pero implica rendir a un pico físico máximo, y encima juzgados por todo el planeta. Además, tienen muy pocas vacaciones, sobre todo en los años en que les meten estos torneos de naciones que no son sino verdaderos sacacuartos para engordar aún más a los ya muy cebados prebostes futboleros.

En fin, ahí tenemos a los esforzados jornaleros del balón explotados sin miramientos en la Urocopa y en la Copa Menepérica, machacando sus cuerpos y acortando sus carreras ante la mirada de la masa embrutecida. Así el caso de Mbappé, reciente fichaje madridista que se acaba de reventar la tocha, quedando todo feo. Al margen de que esto vaya a afectar a sus aptitudes futbolísticas (bastante improbable), es preocupante que nos puedan haber desfigurado a la estrellota, ahora que tiene que producir megamillones con las bondades de su jerol; recuerden las felices que se las prometía Mark Hamill hasta que se salió de la carretera con su descapotable y le quedó la cara hecha puré. En fin, es duro, muy duro todo esto.

¿Y la Coja? ¿Qué queréis que os diga, después de 20 años? Como si refundan la ETA y revientan el autobús, hasta ahí llega mi desapego. Bueno, quizá me he pasao un poco… pero yo qué sé. Es la Coja, ¿no? Me emociona tanto como cuando juega el Sabadell. En realidad me da pereza buscar simpatías hacia cualquiera de los equipos que disputan la verbena, sobre todo sin Rusia presente (aunque sí están los Zielinsky Boys). No sé, tendría gracia que ganara Portugal por la tontería esa del GOAT, pero hay que ser bastante mónguer para preocuparse por esas cosas, sobre todo cuando los jugadores implicados ya van directos hacia la cuarentena (no la de Illa, sino la cuarta década).

La verdad, es una lástima que no se haya implementado ya lo de las naciones invitadas, como en Eurovisión. Sería bonito tener por ahí a Japón, un país que era de lo más decente hasta que también los convencieron de que eso de tener hijos era un atraso. Claro que es un país que parece aguantarlo todo: terremotos, la crisis problacional, los chinos, la caída de calidad del maga y el anime… Yo solía pensar que jamás ganarían nada en fútbol por alfeñiques, pero de un tiempo a esta parte han espabilado y llevan una racha espectacular (curiosamente, los últimos contra quienes perdieron fueron los mataos de Colombia). Sería muy bonito verlos pasarse por la piedra a los arrogantes europeos, pero habrá que conformarse con lo que ofrece el mercado continental. Quien quiera perder su precioso y ya escaso tiempo en ver aún más júrgol, claro.

Share

De cómo el Madrid ganó la Decimoquinta gracias a la psicomagia de Von Rothbart

Por Von Rothbart

He aquí de nuevo a Nicolás, hijo de Custer, con toda mi gloria desbordante, para el gozo y disfrute del madridismo más subversivo y underground. Con la intención de encandilaros con las nuevas aventuras psicomágicas que vuestro adorado Divino de los Huevos Pelones Empolvados en Talco emprendió, con el noble propósito de devolver el Sagrado Grial de la Copa de Europa al legendario Camelot Blanco.
Como bien sabéis, empleo mis días y mis noches en un desvelo perpetuo y apasionado, única y exclusivamente en lo que realmente inflama mi alma y motiva mis sentidos: el Pecado. Ese vicio perpetuo e incesante que se manifiesta en el sexo mercenario homosexual, en la audaz experimentación con todo tipo de sustancias estupefacientes y psicotrópicas, en la moda de alta costura que viste mis sueños, el esoterismo que revela los secretos del universo, y el ballet, esa danza etérea que eleva el espíritu. Todo ello, sin olvidar el sublime placer de la lectura de los clásicos, esos textos inmortales que susurran verdades ancestrales al oído atento. Y siempre, como telón de fondo omnipresente, el madridismo, esa fe inquebrantable que arde en mi pecho como un fuego eterno, guiando cada uno de mis pasos y latidos.

PALABRAS A MARIO

Amado Mario, en el reposo donde te posas sobre mis rodillas, tus ojos escrutan la superficie aterciopelada de mis cojones depilados y empolvados en talco, evocando la blandura de antiguos ópalos. Devoras la premura guardada en el cáliz oscuro de mi tempestad interior. ¡Oh anhelo de fundirte conmigo!

No claudiques, querido Mario, ante la tentación de cerrar nuestro antro, ese bastión que alberga las pasiones encendidas de los fieles del madridismo. ¿Cómo abandonar este santuario, este oráculo de sueños y victorias compartidas? Hay cosas que el oro no puede comprar, y una de ellas es la fe inquebrantable de quienes peregrinan hacia este templo no por meras transacciones, sino por una comunión más elevada. Te ruego que tus garras no desgarren la cortina de este teatro de dulzuras. Aún en este retablo de pecados y sombras, resiste el romanticismo, como un fresco oculto en las ruinas de una capilla.

En cada retiro tuyo, como si fuese un oráculo, debiera percibir un augurio, un criptograma celestial. Y, más aún, una admonición: se ha desgajado un abismo sobre la coronilla de los infieles que osaron dominarte, y en la confraternidad de aquellos marginales, tus vates y verdugos, se ha urdido este cataclismo.

Considera, amado mío, el eco de los cánticos que resuenan en cada rincón, la historia tejida en cada encuentro, el corazón vibrante de una hinchada que no sabe de rendirse. Conserva este caleidoscopio de alegrías y desventuras, donde la grandeza de nuestro espíritu se refleja en cada esquina, donde el madridismo se vuelve un romance eterno, perpetuado en el aliento de cada fansista que aquí ha dejado su huella.

LA CRUZADA

¡Adelante, hermanos de pluma y plumero, marchemos todos, rebeldes de mil pollas y rabos golosos! Una procesión de excéntricos, de almas inquietas y lenguas afiladas me escoltará, una tropa de insurrectos y libertinos, hijos de la noche y el desvarío. ¡Bien por nosotros, los que caminamos en la cuerda floja de la cordura, encaminémonos pues hacia la brumosa y eterna Londres! Encomendémonos a la venerable Reina Chocha en esta nueva y radiante Cruzada Blanca, donde los sueños se visten de locura y las esperanzas de psicomagia. Que nos atavíen como reyes efímeros de un carnaval sin fin, que nos ultrajen y desprecien, pues llegará el día en que el rocío de la venganza nos bañe.

¡Oh, desvergonzados reptantes, maestros del disfraz y la burla! Recordad que la vida no es más que un teatro de sombras y fulgores, una vileza envuelta en ilusiones pasajeras. ¡Flatulad y Eyaculad, Eyaculad y Flatulad, hijos de puta mandrilistas, vestidos en inmaculado lino de sarcasmo! Raspad las asperezas del odio de nuestros adversarios, que devoran su costra de miseria y su envidia rancia con peines de hambre insaciable. Que se ahoguen en el sinfín de sus infinitas excrecencias y excusas, mientras nosotros navegamos en el mar de nuestra locura libre y desafiante.

REDBULL

En la vasta y desolada estepa cordobesa, donde la noche se convierte en un tapiz de misterio bajo la fulgurante luz de una luna llena que derrama su resplandor plateado sobre la tierra, se alza una solitaria y ancestral plaza de toros, herencia de la familia Pertusato y escenario para un nuevo ritual psicomagico para mayor gloria del mandrilismo y en honor al Gran Ojodor.

El torero, el Maestro Nicolás, despojado de trajes de luces, se presenta desnudo, con las pelotas teñidas de un púrpura intenso que evoca la liturgia religiosa y la pasión desbordada. A su lado, un capote rojo, saturado de fluidos orgánicos, semen, meados y mierda, palpita con vida propia, como un corazón expuesto al aire nocturno. El torero, con la polla dura y recubierta de una capa dorada que reluce bajo la luz de la luna, avanza descalzo por la arena, como un sacerdote pagano sobre un altar de oro fundido.

En el centro de la arena, una placa metálica reluciente, colocada con precisión milimétrica, refleja la luna, creando un juego de espejos que transforma la realidad en un caleidoscopio de ilusiones. El toro, ese de animal que aparece en el logo de la bebida que patrocina a un mediocre equipucho alemán y que además es su mascota, bestia majestuosa con ojos como brasas, entra en la arena, su mirada refleja la luz plateada y la polla dorado del torero. Atraído por el capote rojo, el toro embiste con furia ciega y determinación.

El toro se lanza hacia el capote, pero en su frenesí, se estrella contra la reluciente placa metálica. El impacto resuena como un trueno celestial, y el toro queda aturdido, su imagen reflejada en el espejo de plata, un reflejo de su propia furia y confusión. La luna, con su ojo vigilante, intensifica su brillo, bañando la escena en una claridad onírica, dos toros embistiéndose uno al otro.

Aprovechando el desconcierto del toro, el Maestro Nicolás se acerca con un aire de majestad absurda, contoneando sus caderas con esos movimientos afeminados que gustan y gastan los matadores de primera. Bajo la luminosa y etérea luz de la luna, realiza un acto de unión primitiva y salvaje: penetra con su polla dorada al toro, fusionándose con la bestia en un ritual de carne y espíritu, de luz y sombras, de oro y negro, de gemidos y mugidos que se mezclan con el canto de los grillos y el susurro del viento. Matador Von Rothbart, ahora un dios dorado, encula al toro agarrándolo por los cuernos en un frenesí de movimientos que haría correrse de gusto a esa pésimo poeta y gran maricona llamado Lorca.
Las lechuzas y los búhos, testigos silenciosos y sabios de la noche, observan desde lo alto, sus ojos resplandecientes reflejan el caos y la lujuria en el albero que representa la eliminación del Leipzig por la Gloria Blanca.

SKAIBLU

Me encomiendo a una performance violenta y ensimismada en la única atracción de Manchester: su imponente acuario, donde me aguardan los delfines, esos simpáticos mamíferos que representan al club de los petrodólares y los follacamellos. Un Leviathan con un maricón catalán en sus entrañas: un tipo que además de su conocida querencia por los objetos cilíndricos, sean pollas o jeringas, reúne siete de las nueves señales del hijoputa.

Pero, menos digresiones y más acciones, vamos a lo que vamos. Desafiando las leyes de la lógica y la naturaleza, me cuelo en el acuario caminando hacia atrás como Mortadelo, una maniobra maestra de infiltración que me lleva a través de las sombras y los reflejos del acuario. Espero la llegada de la noche, escondido en los baños, cuando el silencio envuelva el lugar y las criaturas marinas duerman en un letargo hipnótico. Una vez en el sitio del recreo de los mamíferos de color pitufo, con un gesto teatral, arrojo mis calzoncillos cagados, meados y eyaculados y varias semanas fermentados a la piscina de los delfines. El hedor a macho, a macho maricón y follador, penetrante y arrollador, provoca que un delfín salte a la superficie, aterrado y confundido por el aroma invasor.

Aprovecho su desconcierto para acercarme con sigilo, empolvo su cuero con magnesio para evitar que resbale, una vez profanado el bonito color azul de su piel del blanco inmaculado del magnesio y el talco, coloreo sus labios húmedos con carmín carmesí, aplico rímel en sus aletas, le coloco unas gafas de sol y le introduzco en la boca una sonda para intoxicarlo con una mezcla de vodka, leche y MDMA, la droga del amor.

No es complicado acceder tirando de la cola del delfín al tanque de los tiburones, criaturas afables que encarnan a la perfección el antimandrilismo con sus dientes afilados como cuchillas de obsidiana. Una vez dentro, rodeado por las miradas inquietantes de los escualos, siento la mirada de amor y deseo lujurioso que me lanza el delfín, el cóctel que le he suministrado ha sido un éxito. Con sus defensas morales y su instinto natural disminuidos, acerco mi boca a la del delfín, no sin antes estimularle los bajos hasta evocar esa sensación de hocico y lengua de caballo en mis manos, en un frenesí de lujuria submarina. Entrelazamos nuestras lenguas e intercambiamos saliva y fluidos en un delirio de espasmos amorosos, un ballet acuático de pasión desenfrenada. Os amo, mis delfines, mis tiburones, mis pulpos. Os falta el raciocinio y la pasión necesarias para sentiros madridistas de verdad; una lástima que solo podáis aspirar al igual que los antimadridistas a comer basura y nadar en círculos.

En Manchester resuena el ulular del viento invernal, polar y blanco del mandrilismo, el canto del delfín en celo ante los excitados tiburones, que ríen con el espectáculo dantesco de otra victoria madridista ritualizada como una follada interespecie y follada triple además: Primero a uno de los puticlubs más corruptos de la decrépita Europa, segundo a los mongolos Gallagher, y tercero al Dalai de San Pedo y a su repugnante costumbre de amasar saliva, convertirla en gargajos blancos, pequeños y densos y soltarlos al césped cual maricona de pedigree tras una ingesta masiva de lefa. Toma Bukake.

BAYAN

La noche en Múnich es un tapiz de luces y sombras, un laberinto de calles empedradas que conducen a secretos y revelaciones. Bajo la tenue luz de las farolas, me dirijo a un club gay famoso por su fauna diversa y colorida, un santuario de deseos y encuentros insólitos. Cruzo la puerta, y el mundo exterior se desvanece, reemplazado por un caleidoscopio de música, risas y miradas furtivas.
El club está lleno de vida, un ecosistema de cuerpos en movimiento, cada uno con su propia historia y misterio. Busco entre la multitud a un tipo de los denominados osos, esos hombres corpulentos, con abundante vello y una presencia imponente, que irradian una mezcla de fuerza y ternura. Sus rasgos son definidos, sus barbas tupidas y sus ojos, profundos como pozos de oscuridad. El que tenga inteligencia sabrá el motivo de mi erección, digo elección.

Entre la fauna del local, mis ojos se posan en uno en particular. Le invito a un trago, y nuestras conversaciones fluyen como un río subterráneo, la química es innegable, y pronto nos encontramos en su casa. Es un tipo gordo y grande cuyo cuerpo cubierto de pelo desaparece dentro de un batín y comienza a cantar ‘L’amour tojours’ del Gigi D´Agostino sin acompañamiento musical.

— Desnúdate, mi bello Nicolás.

— Yo me llamo Flavio, y tú eres un ragazzo veneciano al que he conocido en una góndola. Me llevabas en góndola por los canales de Venecia y hemos acabado en la Plaza de San Marcos. Durante el trayecto no has cesado de mirarme fijamente, a los ojos, a la entrepierna, y yo he captado tu deseo y me he excitado muchísimo. Tienes unos bellos brazos, unas grandes manos, un magnífico trasero, un cuello hermoso, una boca sensual, se adivina tu gran virilidad bajo los blancos pantalones que ciñen tu cintura. He deslizado un papel en tu mano, con la dirección de mi hotel, mi número de habitación. Y ahora tú estás aquí, hermosísimo, anhelante de amor, acudiendo puntualmente a mi cita. Dime que me deseas, que quieres hacerme el amor. Pero haz ver que entras aquí de nuevo; sal de la habitación y llama.

Hago lo que me dice. El hombre desaparece un momento y cuando regresa a la habitación lleva en la mano un grueso falo blanco de marfil, tengo la indudable sensación de que el Madrid en esta ocasión eliminara fácilmente al equipo bávaro. Es un pene erecto, un artilugio chino de líneas suaves y grandes proporciones, rematado por un redondeado glande, sin aristas, que reproduce con rigor hasta los detalles más nimios del miembro masculino como puedan ser las venas fruncidas del prepucio o el frenillo tensado. Me lo entrega, sonriendo, y cogiéndome una mano con ternura me hace un ruego.

— Penétrame.

El oso muniqués se ha desprendido del batín rojo y queda desnudo mostrando la pelambrera animal que cubre todo su cuerpo musculado de gimnasio. Se arrodilla, se abre con la mano los glúteos y ofrece su agujero del culo también rodeado de pelo.
Con el falo de marfil en la mano, y tras humedecerlo en una vasija de aceite lo entro suavemente en la cavidad del oso-hombre.
Hundo cuatro dedos más el artilugio en las nalgas del osito y lo oye gemir sordamente, lo muevo en su interior y lo siento jadear ruidosamente y estremecerse su corpachón de vello y musculo bajo la piel bruñida a punto de reventar. El sudor perla su carne y el semen hincha su pene oculto entre su pelambrera púbica.

En un momento determinado, tras hundir y sacar de su ano el falo blanco, decido hundirlo del todo, con fuerza, con brutalidad, rompiendo la resistencia de sus estrechos intestinos, provocando su alarido sordo, su caída de bruces al suelo, su derrota en definitiva. Se retuerce jadeando, escupiendo sangre por la boca y el culo, durante unos instantes, vomitando insultos mientras, en vano, trata de desasirse del artilugio erótico que lo penetra por dentro hasta destrozarle.
Un gran charco de sangre rodea su cuerpo rechoncho que pasó de ser oso peligroso a cerdito sacrificado gracias a la magia blanca. Vuelve la cabeza para mirar con ojos bovinos a su verdugo. Bayan out, Madrid In. Next Level.

LAS ABEJAS

Bajo el hechizo de una luna que se deshilachaba en lágrimas de plata líquida, en la vasta y tenebrosa noche londinense, yo, Nicolás el hijo de Custer, Divino de los huevos pelones empolvados en talco, sumido en los abismos insondables de la psicomagia de Ojodor, me disponía a ejecutar un ritual sin igual. El destino, tejido con hilos de oro y sangre, nos brindaba una final épica: el Real Madrid enfrentando al Borussia Dortmund en Wembley, y mi misión, envuelta en misterios arcanos y lujuriosos, era asegurar la victoria del equipo blanco.

El rito, sinfonía de sombras y susurros, había comenzado días atrás, recolectando los elementos más insólitos y grotescos. En el corazón de la cochambrosa pensión en Whitechapel, barrio tan deprimido y oscuro que hasta las ratas lo evitaban, reposaba un panel de avispas sobre un altar tan antiguo que parecía murmurar historias olvidadas y perversas. Estas criaturas, heraldos de la tenacidad y del furor, zumbaban con una vibración que presagiaba el destino.

Despojado de vestiduras terrenales, cubierto tan solo por la púrpura pintura violeta que encarnaba la mística regia del equipo, comencé a recitar cánticos madridistas. Mi cuerpo, transformado en un lienzo espectral bajo la vacilante luz de las velas, se movía con una gracia ritualista, una danza que evocaba los secretos del cosmos y del cuerpo.

La escatología, con su crudeza visceral, se tornaba imprescindible en mi conjuro. En un cuenco de barro, fusioné mis excrementos con los excrementos de mi papá Custer que traje en un tapper, creando una masa primordial de mierda y orina pertusatas que dispuse en círculos concéntricos alrededor del altar. Este acto, de una brutalidad casi sacra y repulsiva, simbolizaba el poder del linaje, elemento ineludible para la consumación del ritual.

Pero el clímax del rito requería un sacrificio bizarro y supremo. Con una mezcla de temblor y determinación, acerqué mi miembro al panel de avispas y en un rápido movimiento lo penetré. Las criaturas, enfurecidas, al ver profanado su templo, lanzaron sus aguijones en una sinfonía de dolor punzante y erótico. El tormento era indescriptible, una agonía que se convertía en un placer profano, y con cada picadura, sentía que mi falo adquiría proporciones gigantescas, pantagruélicas, un símbolo grotesco de potencia y poder desmesurado como el poder que representa el club blanco de nuestros amores y desvelos.

Entonces, apareció ella: la sacerdotisa, una figura que desafiaba toda lógica y razón. Era un enana, una puta barata contratada y debidamente depilada, disfrazada de abeja, pero no de abeja Maya, sino de abeja Emma, la mascota del Borussia. Su atuendo, por supuesto, un mosaico de franjas amarillas y negras que brillaban siniestramente a la luz de las velas. Sus ojos, grandes y oscuros, chispeaban con una sabiduría ancestral y una malicia infantil. Se movía con una agilidad sorprendente, sus pasos resonando como ecos de un carnaval perdido en el tiempo y el delirio.

A su lado, la oscuridad misma parecía danzar, sombras que se retorcían en un baile macabro y libidinoso. Emma, con una sonrisa perturbadora y obscena, con sus antenitas sobresaliendo de su peluca rubia, imitando con su boca el zumbido de una abeja mientras agitaba su culito como solo saben hacer estos insectos cuando están contentos en las colmenas, se acercó a mí, y en su abrazo, encontré el aguijonazo del deseo. En un acto de éxtasis primordial y orgiástico, comenzamos a follar, canalizando nuestras energías en una danza de fornicio y sacrificio, puro y duro, simbolizando con la fusión de nuestros cuerpos y nuestros espíritus, el ritual más placentero y obsceno.

Exhaustos, continuamos follando sobre el altar, mientras las avispas excitadas por el olor a feromona en el ambiente intensificaban su zumbido en un crescendo frenético mientras clavaban sus agujones en mi cuerpo desnudo. Esa noche, mientras todo esto sucedía en la mugrienta habitación de una pensión londinense, Wembley se convertía en el escenario de un drama cósmico, una energía arcana y libidinosa se desató sobre el césped. Los jugadores del Real Madrid, inconscientes de ello, parecían ser aguijoneados por una fuerza divina, desplegando una destreza y determinación que dejó perplejo al Borussia Dortmund.
Cuando el silbato del árbitro resonó anunciando el fin del partido, el marcador proclamaba la victoria del Madrid. Mi ritual había surtido efecto: con la “abejanana” o “enanabeja”, como prefieran, convenientemente follada, la Magia con mayúsculas, en toda su extraña y maravillosa gloria, había triunfado una vez más.

Y entonces, en el instante en que el silbato final coronó al Madrid, se desató la gloria. Las luces inundaban el estadio, el césped brillaba con las lágrimas del rocío y el aliento de una multitud que había visto más que un juego; había presenciado un ritual de victoria, una confirmación de fe en su más sacra manifestación.

En el eco de estos triunfos, en las resonancias de estos cánticos, cada aficionado madridista, y dentro de estos, la elite fansista, halla más que victorias; encuentra un cosmos, un linaje de leyendas que trascienden el tiempo y el espacio. Esta noche, bajo el firmamento estrellado que nos cobija, sabemos que hay algo más eterno que los trofeos: es el espíritu inquebrantable de los que creen, siempre creen, en el blanco inmaculado de nuestra causa.

El Plan Maestro, una vez más, fue trazado y ejecutado, El Ritual consumado y el Madrid, con la inestimable y psicomágica intervención del Divino de los Huevos Pelones Empolvados en Talco, conquistó una nueva Copa de Europa: LA DECIMOQUINTA.

POR UN MADRID HEGEMÓNICO Y TRIUNFADOR.
EL MADRID DE LOS AUSTRIAS.
HALA MADRID.

(Escrito de su puño y polla por Nicholas Von Rothbart Pertusatus)

Share

Un negrata más

Sí, bueno, ¿no? Si alguna vez hemos estado cerca de una dictadura blanca absoluta, es ahora. Hemos tenido épocas recientes superexitosas (las tres Champions seguidas), pero el comienzo de cada temporada había esa incertidumbre en el aire, esa sensación de empezar de nuevo. Ahora, con la Quindécima recién ganada, unir a una plantilla ya muy potente el cromo más deseado del mercado empieza a generar una sensación de abuso total, que al fin y al cabo es lo que nos gusta como equipo no humilde. Es como si el Milan de Sacchi hubiera firmado a Maracoca Prime o algo así.

Yo no soy de los que tienen rencor a Negropé. Creo que en el affaire de su renovación quizá fue la primera vez en la historia del deporte en que pusieron delante a un jugador un cheque en blanco literal, y él escribió la cifra más alta que le pareció que podía colar. Es muy fácil decir que uno habría renunciado a 140 millones netos cuando no va a olerlos en la vida, pero rechazarlos teniéndolos ante las narices está sólo al alcance de un loco o de un santo. Su encaje en el equipo está por ver, como con absolutamente todos los fichajes, pero diría uno que puede dar más rendimiento que Fermín, Griezman o Juanito Feliz. Por cierto que Negropé nos acerca aún más a un once íntegramente negro, convirtiéndonos de rebote en adalides del progreso.

En fin, el fichaje está bien porque hay muchos retos por delante, como siempre. El primero, ganar el puto triplete, que se nos resiste desde que empezó a haber tres competiciones grandes, en el 56. Incluso podemos intentar un «sextete», pero de los de verdad, no los fakes que ganaron Far$a y Bayern, sumando títulos de dos temporadas distintas. Esto ya lo he explicado más veces, pero en buena lógica un sextete real empieza por la Supercopa de Europa y termina con la Champions; cualquier otra cosa es como coger la Copa de la temporada pasada y sumarla al doblete de este curso diciendo que es un triplete. ¿Más retos? Empalmar varias Ligas, empalmar varias Champions, empalmarse a secas… ah, y meterle una goleada escandalosa a los culeros.

Hablando de ellos, desde su perspectiva la cosa ser desesperante: el equipo del mundo más amante de los cromitos, viendo cómo el Madrid se lleva el más preciado, recién ganada la Champions, mientras ellos se arruinan, esperando los ficticios 100 millones de la renovación de Nike (que ya dejó claro que había contrato en vigor por muchos años) y otros tantos de algún crédito o de la enésima venta de Farsa Studios. En fin, merecen una tiranía eterna del Madrid por todos sus pecados.

¿Y económicamente? Diría yo que el chicuelo se amortizará, y a no tardar, dada la enorme repercusión del asunto. Básicamente ha sido un fichaje de sacarnos la polla antes el mundo y decir «tomad y comed de este rabazo». Y eso es bueno, porque a veces la prensa y la gente tienen muy mala memoria, y hay que hacerles recordar amablemente quién es papá en este mundillo del fúrbol.

Share

Satán es del Madrid

Si en algo me equivoqué en mi diagnóstico del partido es en el deseo de ganar de los borussers: realmente habían ido a Londres con la idea de ganar al Madrid, y así terminaron los pobres, llorando como Boabdil. Tampoco se les puede culpar de que sus ilusiones estuvieran sobrealimentadas, porque en el primer tiempo le dieron un baño a un Madrid que no sabía ni de dónde le venían. El sistema no funcionaba, no llegaba ni un puñetero balón arriba y hubo varios «huys» de esos que no te explican cómo cojones no te marcaron. Muchos de los jugadores madridistas llevaban botitas rosas, que en los códigos actuales del fútbol significan disponibilidad sexual, ya sea para los compañeros o para los rivales: básicamente estás diciendo «este culo es tuyo», un mensaje que se trasladó claramente al campo.

Si hubiera entrado cualquiera de esas ocasiones, el Madrid las habría pasado canutas, pero como no fue el caso, se cumplieron con puntualidad todos los tópicos al respecto: «quien perdona lo paga», «no puedes dejar vivo al Madrid», etc. Angeloti (hijo de puta) sabía que el Madrid ganaba mm en la barrita de energía a cada minuto que pasaba imbatido, así que siguió su sistema habitual: no cambiar absolutamente nada, tragar smints por arrobas y esperar a que llegara el «momento Real Madrid».

Y llegó de la mano de Carvajal, el chico de la piedra de la ciudad deportiva, quien debe tener un CI similar al de aquel pedrusco, pero una constancia y resistencia a la altura de los más grandes. Lo que le faltaba a sus 32 años era abrir el marcador en una final de Champions, y ahí lo hizo, de cabeza, además. A partir de ese momento las rodillas de Dortmund se volvieron de gelatina, y sólo era cuestión de saber por cuánto ganarían los blancos. Esta vez fue de una manera atípica, dominados claramente por un rival inferior… si en años anteriores parecía que Dios había dado un empujoncito al Real para ganar un nuevo título, esta vez se diría que el mismísimo Satanás confundió a los boches para marrar goles cantados, quizá para delitarse en el sufrimiento de los antis. Ya sabíamos que Dios era del Madrid, pero parece que su enemigo también. Ante esto, ¿qué pueden hacer los demás equipos? Asombrarse y aplaudir.

Al terminar todo, Tonikroos se dio un baño de gloria, poco después de que Alaba le dijera no sé qué cosas sensuales al oído; sabía que el fútbol de ahora era una macarrada, pero realmente no me había dado cuenta de lo gay que se ha hecho. No obstante, la verdadera estrella del partido fue Vinicius, quien certificó su merecimiento indiscutible del Balón de Oro, aunque conociendo la basura de las votaciones, igual se lo dan a algún random que gane la Euro, o, por qué no, a Mensi. Rodrygo, por el contrario, difícilmente podrá quitarse ya el letrerito de «venta».

Ante 15 títulos, no se sabe ni qué decir. En ESPN Sudaquia afirmaban que «el equipo más copero» volvía a ganar, rebajando el verdadero Título Mundial, la Champions, a la vulgar categoría de «Copa». No, el Madrid no es un equipo «copero», ni está por debajo de los mataos que se llevan esa verbena de las selecciones cada cuatro años: es la máquina de ganar más perfecta que existe en cualquier deporte, un fenómeno que desafía explicación racional y quizá el único y verdadero dolor que experimenta de manera constante la AntiEspaña, esa que ama de manera fetichista la mediocridad y la derrota. Ellos tienen a la PSOE, y nosotros al Real Madrid. No es difícil adivinar cuál de las dos intituciones dejará la huella más significativa en la historia.

·····

– Dortmund Borussia: 0
– Real Madrid: 2 (Carvajal y Vinicius)

Share