En conversaciones con un emisario estadounidense, San Francisco Franco (AQESTESG), preguntado sobre qué acontecería en España tras su muerte, dio la siguiente respuesta: «Democracia, pornografía, droga y qué sé yo». Vease que, con la gran sabiduría que lo caracterizaba, ponía los tres fenómenos al mismo nivel, y vaya si acertó: llegó la democracia, por supuesto la droga, también la pornografía, y con el tiempo costó distinguirlas entre ellas; quizá por eso la PSOE quiere abolir la última, porque se ha quedado obsoleta.
En cualquier caso, con la llegada de la democracia empezó el gradual desmantelamiento del edificio social que el franquismo había construido meticulosamente, en un proceso que recuerda a aquel que decía José Mª García (alias Butano) del Real Madrid y Mendoza, quien primero iba a dejar sólo el solar de la institución, y luego ni siquiera el solar (es curioso que García siga renegando de Florentino, quien tiene al club más saneado que el opus y ha ganado ya más Copas de Europa que Bernabéu).
Para cuando llegó el 11-M, la ciudadanía estaba madurita madurita para iniciar la fase final de demolición. Se dice que aquel infausto acontecimiento mató el espíritu de la transición y provocó una ruptura irreversible, ¿pero no veníamos ya de una sociedad totalmente disfuncional? ¿Cómo puede calificarse de otra forma a un país donde media población odia cualquier símbolo nacional, donde en una de sus principales provincias existe un enorme apoyo a una banda terrorista, donde la discordia y la agitación sectaria del pasado es un deporte morboso? En medio de tal atmósfera, a ZP le cayó del cielo una herramienta propagandística de primera para aparentar normalidad y «paz social»: la Coja.
Partiendo de la inocente intención de Luis Aragonés de identificar a la selección nacional con un color concreto, al modo de «i biancoazzuri» y «les bleus», se aprovechó el pretexto para extirpar de las retransmisiones la palabra odiada, «España», sin renunciar por ello a infundir un muy vago sentimiento identitario en la nación donde se investiga si el abuelo de tu vecino fusiló al tuyo. «¡¿Cómo que no hay cohesión en España, con tantas banderas en los balcones?!» Claro que ocho años después las banderas que se colocaron fueron las de Ucrania, y algo antes de eso se salía a esos balcones a aplaudir un toque de queda totalitario. Quizá a eso se refiere la expresión «tonto con balcones».
Tan cohesionada quedó la España de Zapatero tras el Mundial que poco después se produjo el golpe de estado en Cataluña (uno de verdad, no el del hombre-búfalo de Trump) y Bildu comenzó un meteórico ascenso, hasta quedar a décimas de hacerse con el gobierno vasco. ¿Cuánto más cohesionado puede quedar el país tras el inevitable triunfo de la Coja en la Euro 2024? Se puede empezar por la aplicación efectiva de la amnistía, y luego el infierno es el límite. Dijo ayer uno de los escribas de Pedro J., en un símil repulsivo, que los menas de hoy pueden ser quienes violen las porterías rivales del futuro; hace falta alguien tan singularmente cretino y desconectado de la realidad como Exuperancio para expeler semejante vómito, pero no crean ni mucho menos que es una postura aislada: gran parte del espectro político social, especialmente aquella que en su vida sólo verá a un «mena» por la tele, la comparte fervorosamente.
Sí, la Coja pasará por encima de esos pazguatos ingleses, quienes llegan por primera vez en la historia a una final fuera de su país, y Pidro usará la victoria como un símbolo de su portentoso gobierno y su «milagro económico»; no descarto para nada que, aprovechando la coyuntura, además pida el indulto para los latrocinos de su cónyuge y algún otro botín de guerra. Aceptando resignado esta circunstancia, me atrevo sólo a pedir que se fusile a las decenas de miles de caspañoles que en estos días repetirán la falsa cita de Blas de Lezo sobre mear mirando hacia Inglaterra. Total, por cargárnoslos la crisis poblacional no va a ir mucho peor…