Creo que nadie mínimamente afincado en la realidad puede dudar de que España es un estado fallido como mínimo desde principios de este siglo. Y el asunto Rubiales, tan ridículamente anecdótico en el hecho que lo desencadena, es un síntoma singularmente nítido de ello. Insisto en lo intrascendente de la res primigenia: incluso si la conducta de Rubiales hubiera sido más grave que las maneras de palurdo desplegadas en Australia, todo lo más estaríamos ante un macho retrógrado de los muchos que aún sobreviven en nuestra fauna (ojo, que la hembra retrógrada no es mucho más ejemplar; como siempre, pensar que el vicio y la virtud no se reparten igualitariamente entre los sexos es cómicamente erróneo). Sin embargo, todo el aquelarre posterior evidencia que estamos en un país dominado por la indiferencia moral, la hipocresía más atroz y un repugnante neopuritanismo.
Luis Rubiales es un personaje nauseabundo, pero no por los pecados que se le llevan achacando desde el domingo. Digno sucesor del no menos repulsivo Villar, sus mayores capacidades son el tráfico de influencias, la corrupción económico-deportiva y la «custodia de secretos». A lo largo del tiempo hemos ido teniendo evidencia de sus corruptelas (caso Piqué, caso prostitutas, caso Supercopa, encubrimiento de Negreira… aquí hay un buen resumen) sin que ello haya resultado en acciones judiciales que amenacen su puesto inmediatamente ni en una gran censura social, una vez pasada la primera revelación. Se trata, como es imposible olvidar, del tiparraco que destituyó al seleccionador nacional a horas de empezar un Mundial por la «imperdonable falta» de fichar con el Real Madrid; esto por lo visto le habría impedido centrarse en su trabajo durante el mes mundialista, pese a que la primera reacción de la Federación fuera felicitarlo, antes de que el tupido entramado antimadridista español empezara a «hacer llamadas». A Rubiales no le importó asestar un golpe inusitadamente cruel a Lopetegui ni destruir las posibilidades del combinado en el torneo, simplemente cumplió con toda frialdad lo que se le exigía.
Hete aquí que ahora lo que levanta un supuesto clamor social es el ya celebérrimo beso a Jenni Hermoso, un acto no demasiado distinto al del primo lejano que pellizca el culo a una chavala en las fiestas del pueblo, o a lo que puede verse en cualquier evento donde prime el jolgorio y la desinhibición. Como en cualquier análisis, resulta profundamente deshonesto obviar el contexto: parece evidente que Rubiales tenía una relación lo suficientemente cordial con algunas jugadoras, Hermoso en concreto, como para pensar que esta aceptaría el gesto como una gamberrada simpática. Las reacciones inmediatas de la jugadora, no contaminadas por la artificial polémica posterior, ratifican esta interpretación. En la celebración del vestuario, Hermoso aparece completamente relajada, bebiendo champán a morro y zampándose un donut a dos carrillos. Cuando sale a colación el vídeo del beso, las jugadoras lo comentan como las «mejores jugadas» de una despedida de soltera, y lo más que llega a decir Jenni es «¡eh, pero no me ha gujtao», entre risas arrabaleras. La entrevista posterior con Juanma Castaño no puede ser más esclarecedora en este aspecto:
«A mí no me importa, ¿sabej? Yo soy campeona del mundo y eso es lo que me voy a llevar esta noche (…) A día de hoy todo va a estar mal visto por los ojos de quien lo mire y yo sólo puedo decir que ha sido el momento de la efusión y del momento, que no hay nada más allá y que se va a quedar en una anécdota y ya está, que la gente si le quiere dar bombo se lo dará, y quien no, pues no. (…) Segurísimo que no va ir a más».
Pobrecita. Mientras celebraba en Ibiza con sus compañeras (sin parecer tampoco muy traumatizada), poco sospechaba que en ese momento estaban empezando a «hacerse llamadas», como hace años con Lopetegui, pero en otro sentido. Las fuerzas vivas del país estaban movilizándose para otra cruzada. Y las llamo «vivas» porque hoy día son las que realmente se movilizan en esta España profundamente enferma: si el conservadurismo o el deleznable «centro» aguantan los atentados a su modo de vida con notable estoicismo, la izquierda radical (¿existe otra?) reacciona rauda y con inusitada violencia a cualquier afrenta real o, normalmente, percibida. Y sí, había que poner el país patas arriba por la «inaceptable agresión» a la carabanchelera, quien de otro modo estaría pensando en su tatu conmemorativo del Mundial, en el último episodio de First Dates o en su aventura en el fútbol mejicano. Nótese que estas cruzadas sólo se emprenden cuando el agresor es autóctono, jamás cuando es importado y la agresión bastante más real, aterradora e irreversible que un beso jaranero.
La prensa, fiel correa de transmisión del poder, ha sido por supuesto colaboradora necesaria, por mano de los gacetilleros más ilustrados (Jabois expresaba su indignación y censuraba al primitivo Rubiales) y de los menos: tan pronto como Castaño -que vive de dar pienso a las masas- captó el cambio de ola, tuvo una revelación pabliana y de repente comprendió que, lo que apenas horas antes minimizaba como intrascendente y festivo, era en realidad el censurable abuso de un superior jeráquico. Los más tontos le han comprado la mercancía.
Por supuesto, el propio Rubiales, como patán pata negra que es, se encargó de empeorar su propia situación: primero grabando unas desganadas disculpas en chándal y luego falsificando un comunicado de la jugadora, quien a esas horas ya había visto las orejas al lobo y se negó a poner por escrito lo que apenas horas antes había manifestado de viva voz. Pero lo cierto es que la pobre Jenni, una chica cuyas inquietudes socioculturales deben ir a la par de las de sus compañeros masculinos, ya no pinta absolutamente nada en esta historia, y se ha visto en el vórtice de un huracán que evidentemente la supera. Esto ha sido aprovechado por la prensa y por las citadas fuerzas vivas para hacer exactamente lo mismo que Rubiales: vease este profundamente perverso titular de El Mundo, donde se mezcla el escuetísimo comunicado de Hermoso con las declaraciones realizadas por el sindicato FUTPRO, queriendo hacer ver las palabras «actos inaceptables que no deben quedar impunes» son de la jugadora, y no pertenecientes al comunicado de FUTPRO. Sindicato, por cierto, detrás de la frustrada rebelión de la selección femenina contra Jorge Vilda, con el final que todos conocemos. La venganza, no tan fría, está servida.
En fin, que un tipo tan siniestro como Rubiales no ha visto la poltrona realmente amenazada hasta esta imbecilidad del pico. Nadie parece comprender la tragedia de que ocupara en primer lugar un puesto de tanta trascendencia social, ni de que lo mantuviera sin mayores problemas tras cometer todo tipo de tropelías. Pero lo más gracioso de toda la historia es que muy probablemente no caiga: los actores (Pedro, Irene, Yoli, etc.) han interpretado admirablemente su papel, pero Rubiales es un hombre que «guarda cosas», y que tiene el teléfono del presi, como publicó en su día El Confidencial. Tras estos primeros escorzos, ya parece haberse encontrado la solución ideal: una risible suspensión de seis meses que, siendo esto España, no supondría ningún impedimento para que Rubiales se presentara a las elecciones el año que viene, donde sería reelegido sin ningún problema por sus conmilitones de las territoriales, al mejor estilo de Villar.
Para entonces la polémica de Hermoso será un eco ya muy lejano, como la España sana y funcional de tiempos pretéritos.