Si en algo me equivoqué en mi diagnóstico del partido es en el deseo de ganar de los borussers: realmente habían ido a Londres con la idea de ganar al Madrid, y así terminaron los pobres, llorando como Boabdil. Tampoco se les puede culpar de que sus ilusiones estuvieran sobrealimentadas, porque en el primer tiempo le dieron un baño a un Madrid que no sabía ni de dónde le venían. El sistema no funcionaba, no llegaba ni un puñetero balón arriba y hubo varios «huys» de esos que no te explican cómo cojones no te marcaron. Muchos de los jugadores madridistas llevaban botitas rosas, que en los códigos actuales del fútbol significan disponibilidad sexual, ya sea para los compañeros o para los rivales: básicamente estás diciendo «este culo es tuyo», un mensaje que se trasladó claramente al campo.
Si hubiera entrado cualquiera de esas ocasiones, el Madrid las habría pasado canutas, pero como no fue el caso, se cumplieron con puntualidad todos los tópicos al respecto: «quien perdona lo paga», «no puedes dejar vivo al Madrid», etc. Angeloti (hijo de puta) sabía que el Madrid ganaba mm en la barrita de energía a cada minuto que pasaba imbatido, así que siguió su sistema habitual: no cambiar absolutamente nada, tragar smints por arrobas y esperar a que llegara el «momento Real Madrid».
Y llegó de la mano de Carvajal, el chico de la piedra de la ciudad deportiva, quien debe tener un CI similar al de aquel pedrusco, pero una constancia y resistencia a la altura de los más grandes. Lo que le faltaba a sus 32 años era abrir el marcador en una final de Champions, y ahí lo hizo, de cabeza, además. A partir de ese momento las rodillas de Dortmund se volvieron de gelatina, y sólo era cuestión de saber por cuánto ganarían los blancos. Esta vez fue de una manera atípica, dominados claramente por un rival inferior… si en años anteriores parecía que Dios había dado un empujoncito al Real para ganar un nuevo título, esta vez se diría que el mismísimo Satanás confundió a los boches para marrar goles cantados, quizá para delitarse en el sufrimiento de los antis. Ya sabíamos que Dios era del Madrid, pero parece que su enemigo también. Ante esto, ¿qué pueden hacer los demás equipos? Asombrarse y aplaudir.
Al terminar todo, Tonikroos se dio un baño de gloria, poco después de que Alaba le dijera no sé qué cosas sensuales al oído; sabía que el fútbol de ahora era una macarrada, pero realmente no me había dado cuenta de lo gay que se ha hecho. No obstante, la verdadera estrella del partido fue Vinicius, quien certificó su merecimiento indiscutible del Balón de Oro, aunque conociendo la basura de las votaciones, igual se lo dan a algún random que gane la Euro, o, por qué no, a Mensi. Rodrygo, por el contrario, difícilmente podrá quitarse ya el letrerito de «venta».
Ante 15 títulos, no se sabe ni qué decir. En ESPN Sudaquia afirmaban que «el equipo más copero» volvía a ganar, rebajando el verdadero Título Mundial, la Champions, a la vulgar categoría de «Copa». No, el Madrid no es un equipo «copero», ni está por debajo de los mataos que se llevan esa verbena de las selecciones cada cuatro años: es la máquina de ganar más perfecta que existe en cualquier deporte, un fenómeno que desafía explicación racional y quizá el único y verdadero dolor que experimenta de manera constante la AntiEspaña, esa que ama de manera fetichista la mediocridad y la derrota. Ellos tienen a la PSOE, y nosotros al Real Madrid. No es difícil adivinar cuál de las dos intituciones dejará la huella más significativa en la historia.
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– Dortmund Borussia: 0
– Real Madrid: 2 (Carvajal y Vinicius)