https://youtu.be/BJUiRmr2y6A
Por Julien Jarroson
Álvaro Mejía es metáfora, una metáfora en la historia del Madridismo. Su presencia en el Real Madrid es metafísica blanca. No hay otro futbolista en el mundo que pueda definir de una forma más jocosa y esplendorosa el momento exacto de un club naufragando en un universo que se le quedó grande durante demasiado tiempo, mientras rezaba y admiraba los crucifijos en la pared esperando que el resfriado, que en realidad era tumor, pasara. Hay algo reciente, no se sabe si en el second coming del Faraón Pérez, o en el repentino y apabullante mourinhismo de los madridistas, o no se sabe dónde, que ha desatado la idiocia de parte de la afición propia, de la ajena y de la anti, incluyendo a periodistas. Cuando un sesudo aficionado o licenciado en periodismo pide más canteranos como el borracho que pide más garrafón en la copa a mí me viene a la mente Álvaro Mejía, la liviana figura del canterano Mejía.
Mejía tenía una melenita. No era melenita de central rudo, ni de bandarra, ni tan siquiera de mercenario o modelo. Era la melena de un niño bien. Álvaro Mejía, sin duda buena persona, mide en torno a 180 centímetros, pesa alrededor de 70 kilos y fue central circunstancial del Real Madrid. Poco podemos decir de su juego. Nadie recuerda si Mejía era un jugador contundente o elegante, si auxiliaba bien a los laterales, cómo iba de cabeza, si intimidaba a los delanteros rivales, si tenía un gran carisma dentro del vestuario, si dominaba las dos piernas, si ante la falta de alternativas de sus centrocampistas se destapaba con algún pase largo, alto o raso de 30 metros, si cruzaba bien la pelota, si tenía un gran porte con el balón en los pies, o corriendo hacia atrás, o señalando con el dedo, condicionando al árbitro o mandando callar a los contrarios. De Mejía sólo sabemos que le gusta la hípica y que sus padres “son de posibles”, según una entrevista marca de la casa de José Ramón de la Morena en el Larguero.
A pesar de todo, conjeturas, preguntas al aire, etc., en términos futbolísticos son escasos los datos que llevarnos a la boca pese a los casi 60 partidos de Álvaro Mejía en el Real Madrid. Poco, que no nada. Porque a pesar de su eterna brevedad en el equipo, de su figura de niño con modales y estudios, Álvaro Mejía es metáfora, y de ese peligroso choque entre ideología –zidanesypavones- y filosofía –valdanosyqueiroces- cuando sólo se trata de fútbol, el canterano Mejía se erige en bandera, signo y símbolo, desde un doloroso vacío en el universo blanco, en tres momentos cumbres de ese Real sucio, cansado y manchado, un Real Madrid enfermo y moribundo.
Blanco, azul o morado, Álvaro Mejía. Común denominador, Álvaro Mejía. Miles de madridistas contemplaron las diferentes acciones con una apnea profunda y contenida. El centro de Evra, Morientes elevándose con un timing perfecto sobre el 33 de Mejía, impávido e inmóvil, en Mónaco. El inicio de galopada de Henry en el medio campo, donde se va de cuatro jugadores, uno de ellos Mejía, que sale al paso del francés como sale un estudiante con acné al paso de una MILF en una discoteca, lleno de miedo y con las manos por delante. Las más dolorosas fueron las dos primeras, en Copa de Europa, la tercera sólo completa la trilogía: el centro de Álves al corazón de una defensa capelliana que no salta, el remate acrobático de Chevantón ante el gesto de Mejía, perfecto si en vez de en un área pequeña estuviera queriendo entrar al salto de la comba.
Queiroz, López Caro o Capello, Álvaro Mejía. Florentino o Calderón, Álvaro Mejía. El diligente canterano acude puntual a cada una de las celebraciones de la muerte de ese Madrid paleontológico y antiguo. Brillante en la exposición, orgulloso y sin miedo al ridículo, Mejía deja su firma en la contraportada del programa.
Algo choca cuando de su generación –compuesta por Pavón, Raúl Bravo, Borja, Rubén y el propio Álvaro- todos jugaron partidos decisivos de Copa de Europa y luego tuvieron destinos como Zaragoza, Numancia, Valladolid, Olympiacos, Rayo Vallecano o Albacete al abandonar el Club. En el caso de nuestro héroe, no hace sino ahondar la metáfora, y convertirla en un hito inalcanzable para cualquier humano: Murcia, Arles Avignon y Konyaspor. Un destino a cual más cruel como purga de dioses insatisfechos por todos y cada uno de los goles del ‘grand burlesque’ de Álvaro Mejía.
El final de esta moda impúdica de barra libre canterana en alineaciones de Copas de Europa y similares tuvo lugar aproximadamente en la temporada 2006-2007, con Capello en el banquillo; última temporada de Pavón, Mejía y Raúl Bravo en el Real. Un Capello envejecido y senil aún tuvo la lucidez y la terquedad de conceder al sufrido adepto una dulce vendetta, que el madridista de trincheras, aún admirador de su equipo industrial de la temporada 96-97, seguro habrá sabido leer entre líneas. Pavón, en el curso 2006-2007 no disputó un solo minuto, gesto que nos tomamos como un guiño o un canto de cisne de uno de los últimos grandes entrenadores que pasaron por el Club, con el que ahora nos regodeamos en este periodo de oasis. Hasta que un día, cuando se vaya Florentino, o PRISA venza, o Ginés Carvajal prepare el Gran Advenimiento del Führer de la colonia Marconi, volvamos con resignación a nuestro madridismo parapetado en internet y nos rodee una inmensa multitud que repita, insistente, el mantra del momento: “más cantera, menos de fuera”.
Julito Jarroson edita 26 dollars in my hand y colabora en Almanaque Madridista.
.