Por petición popular.
LV: Hola, Hughes, encantado de poder entrevistarte.
H: Hola, lector, mi semejante, mi hermano
LV: ¿Qué tal? ¿Cómo llevas este quinto aniversario del blog que te vio nacer como estrella de internet?
H: Bueno, a decir verdad, lo llevo con absoluta indiferencia, ajeno a la necesidad tan sospechosa de darse bombo. Digamos que no participo de la efeméride. Seamos más claros: digamos que no la reconozco.
LV: ¿No la reconoce?
H: No.
LV: ¿A qué se refiere?
H: De pronto has sentido la necesidad de hablarme de usted?
LV: disculpa, es la admiración.
H: Tutéame, por favor, ya te he dicho que estamos entre amigos. En cuanto a lo otro… mira, el socio es Padrós y yo soy Bernabéu. El blog se funda el día en que yo recalo aquí. Lo otro es tiniebla. Un soliloquio del socio con Dani tocando palmas.
LV: ¿Hughes, de tas cuenta de hasta qué punto eres soberbio?
H: La soberbia es la sinceridad del brillante.
LV: Anda que…
H: Perdón, ¿qué has dicho?
LV: Nada, nada… te preguntaba por tus inicios en el blog.
H: Recalé a través de un enlace de antibarcelona.com. Eso sí, no sabría decir qué vericuetos me llevaron a esa página.
LV: ¿Qué recuerdas del principio?
H: Recuerdo que en el tono del socio había una personalidad marcada. Un tono bajo, he de decir, de bajo, con destellos irónicos y con una tendencia a caer en la irrisión o en la causticidad. Yo, sin embargo, llegaba quemado, después de años de madridismo enmudecido. Digamos que sentí -y eso es algo que luego he dejado de sentir, a medida que el socio ha limado su estilo- que era un buen sitio para hablar.
LV: Tus primeras intervenciones no eran demasiado brillantes…
H: Sí, es cierto, pero eran únicas en su género
LV: ¿Únicas?
H: Sí, mis intervenciones eran un grito de madridismo. En mi grito, mis primeras intervenciones, se simbolizaba un madridismo joven, culto, mediterráneo, periférico, heterodoxo, apasionado, modernísimo que jamás había hablado. Yo inauguro el madridismo en la red, porque lo de antes era carcundia. Carcundia y más carcundia.
LV: ¿No reconoces la labor de nadie antes?
H: Sí, a decir verdad he de valorar positivamente algunos textos. No me gusta el personaje, pero Hernáez escribió algunas cosas en la revista del club en tiempos de Tenerife que eran libertarias. Recuerdo con agrado a Carlos Toro, cierta iconoclastia catalana de Guasch y poco más. El levantinismo me ayudó en eso. La experiencia levantinista, vivida por mí de manera tangencial, me ayudó a algo muy curioso: despertar al madridismo como a algo alternativo. Mezclo en mí lo hegemónico del Madrid, hiperlegitimado, con la rebeldía cargada de razón de un levantinista. Pero en la red he de valorar a Buitre Buitaker, un individuo que escribía cosas en antibarcelona.com y que es, en cierto modo, precursor de mi tarea. Su implacable sentido contestatario, su ramalazo de lucidez se veia, no obstante, lastrado por un antibarcelonismo aberrante.
LV: ¿Aberrante?
H: sí, por supuesto. Ese antibarcelonismo es incomprensible antes de Tenerife. Ese antibarcelonismo, del que yo he participado, es producto directo del trauma, nunca suficientemente estudiado, de Tenerife.
LV: ¿Tanta importancia le das?
H: Sí, porque Tenerife acaba con la confianza del Madrid. Marca con un hierro perdedor (y nunca mejor dicho) a una generación que nace al Madrid con el boom de la quinta y de la tele privada. Tenerife hizo mucho daño. Además, con eso nace también una cierta tendencia a la impunidad culé. Como al abusón al que se le deja ganar terreno, el barcelonismo se hace fuerte entonces.
LV: me sorprende que dejes de comentar a Julio César Iglesias…
H: Es verdad. Pero es que eso es otra cosa. Mi lectura de prensa deportiva está marcada por mi época de lector devoto de EL PAÍS. Julio César, Segurola, incluso gente como Arribas me enseñaron un periodismo de mayor nivel. He de mencionar las columnas cargadasde misterio de Salaner, o a Trecet, al que siempre adoré. Siempre he pensado que, como todo en la vida, el misterio es fundamental en el periodismo deportivo.
LV: ¿El misterio? ¿Puedes explicar eso?
H. Sí, claro. Para mí el misterio en la prensa deportiva se resume en esa coletilla de Trecet: «Y ese tipo de cuestiones…» con la que zanjaba ciertas digresiones, sin acotarlas, sin cerrarlas. Alguien pudiera pensar que en eso había una chapucería verbal, pero no. Mira, en primer lugar, yo siempre he recelado de la elocuencia. Butano, por ejemplo, era el genio de la elocuencia. Decía disparates pero los decía redondos, conclusivos, musicales. Trecet no. Trecet, que es un poco el Aberasturi del deporte, dejaba las frases y los sentidos deshilachados, abiertos. Esa cualidad la encontraba también en Salaner. De hecho, Salaner, con un pseudónimo, es precursor del nick…
LV: Te apasiona hablar de esto…
H: Claro. Mi infancia y juventud están marcadas por la fascinación por el deporte. El deporte ha sido la épica de mi infancia sin castillos. Yo fui un niño sin imaginación, realista. Un niño unamuniano, lucidísimo, muy español -en el mejor sentido de la españolidad-, que jamás soñó con aventuras. Los ídolos de mi primera infancia eran unos nibelungos muy particulares: los jugadoresde la selección alemana. De hecho, mi primer héroe fue Pierre Litsbarsky.
LV: ¿Litsbarsky?
H: Sí, qué jugador… yo de niño iba siempre con los alemanes. Mi selección era la alemana. Jamás he sentido una implicación sentimental con lo que ahora llaman «la roja». Vagamente recuerdo Malta, los doce goles, como un grito y un sofá roto por mis padres. Querétaro. La noche electoral del Buitre, el gol de Alfonso, quizás… mi gran recuerdo ligado a la selección fue el mundial de Italia, pero yo iba con España porque en ella estaban mis dos jugadores predilectos: Míchel y Rafa Martín Vázquez.
LV: Siempre has hablado de ellos.
H: Sí, claro, porque han sido lo mejor que he visto. El gran buitre me pilla muy crio, también el mejor Sanchís, el del 88-89. Yo me aficiono con locura justo ahí, y en esos meses son Míchel y Rafa los más grandes. Sostengo que Rafa Martín Vázquez en el año 1990 era el mejor jugador del mundo. La potencia, disparo, regate, verticalidad de ese jugador eran asombrosas. Nunca he visto un jugador español así. Fue fugaz, eso sí.
LV: ¿Y Míchel?
H: Míchel fue mi ídolo absoluto. Era un rebelde, un jugador respondón. Ahora los lelos del blog se rien con el «me lo merezco», pero a mí su grito a la tribuna de prensa me hizo llorar. Le habían tratado mal, muy duramente, y Míchel, que era todo orgullo y raza tuvo la torería de encararse y levantando el dedo dedicarse esos goles. Ha sido la celebración de un gol más hermosa que he visto, y me siento muy decepcionado por cómo ha cambiado la relación de Míchel con la prensa. El jugador arisco, agrio, independiente, se ha convertido en un entrenador solícito, con el obligado periodo de transición como comentarista.
LV: ¿Qué recuerdos tienes del Madrid?
H: he de decir que yo no nací merengue. El ambiente en casa era proclive, porque como en casi todos los hogares decentes de la España prezapatero, al Madrid se le miraba con cariño y respeto. Pero no había inclinaciones futboleras y debo decir que mis primeras simpatias fueron incluso culés. Admiraba mucho a Steve Archibald, del que aún recuerdo un maravilloso gol contra la Juve. Archibald y la marca meyba son recuerdos premadridistas, de un culerismo felizmente abortado. Yo estaba obsesionado con la marca meyba; de hecho, fue mi primera obsesión marquista, mucho antes de la adolescencia. El traje del Barcelona ejercía por ello algún tipo de fascinación en mí.
LV: ¿Me estás diciendo que de niño fuiste culé?
H: Bueno, diría que fui un niño recalcitrante y excéntrico y que huía instintivamente de todo lo ibérico. Fui germanófilo y ya digo que, como preso de una pasión aleixandrina por lo rubio, admiré a Archibald.
LV: ¿Y cuándo aparece el Madrid?
H: El Madrid me gana, el Madrid se me mete por los ojos. Lo primero que recuerdo es la arena perimetral del estadio. Si fuerzo mi memoria recuerdo el primer clásico de mi vida, el primero del que tengo memoria, caminando yo por la calle Colón de la mano de mis padres, con el ambiente previo, dejándome llevar por lo que yo interpreto ahora como un atisbo de culerismo. En esa dualidd ambiental a la que España aboca con los derbis, creo que mi sensibilidad era nacientemente culé. La decantación de mis simpatias se inclinaban hacia lo distinto, rebelde, pujante. El Madrid era, según quiero entender, demasiado institucional para un niño como yo. Pero claro, es que yo de niño tenía la madurez y la inteligencia de los universitarios de ahora, de modo que pasé mi sarampión culé aún antes de tener sentido común.
LV: Ahondemos en los primeros recuerdos madridistas. ¿Eres capaz de seguir por ahí sin apabullarnos con sentimentalismos?
H: Creo que sí, lo intentaré. El fútbol me aburre desde hace tiempo y ya casi nada me emociona, de vuelta como estoy de todo, viejo y cansado ya a mis años. Pero te diré una cosa… el otro día vi un trocito de Estudio Estadio. El programa no tiene nada de especial. Un refrito de todo lo anterior. Poco humor, ese tono melindroso y cansado de los periodistas deportivos de ahora, alfeñiques con gafas, con torsos hundidos, aspectos deprimentes, gente muy particular; pero me desvío, y prefiero seguir desviándome: siempre consideré anómalo que Estudio Estadio fuese arrinconado a la dos, al UHF. La doménica sportiva, el gol a gol, el carrusel, pero ¿y Estudio Estadio? Ese programa marcó mi vida madridista y fui muy feliz cuando el otro día, al acabar, descubrí que la sintonia clásica era recuperada: taaaa, tatatataaaaa, tatatatataaaa, tatatata, tirori rori rori, tirorori rori rori… para mí esa sintonía está ligada a la vieja telvisión: a Rodríguez de la Fuente, a Otros Pueblos, a Informe Semanal… Y debo decir una cosa: Estudio Estadio participaba del laconismo de la mejor escuela británica. Poca palabras, cierta objetividad y la única libertad de la viñeta, del humor gráfico como retrato cómico antes del resumen. Esas viñetas dibujaban parodiando las mil posibilidades que ofrecía la tabla. Las alturas nevadas del liderato, el decenso abismal de la cola de la clasificación. Un fútbol con positivos y negativos, con el ritmo de la quiniela. El estilo de los resúmenes era un poco documental. Cámaras muy fijas, que intentaban captar una buena parte del frente de ataque. Comentarios descriptivos, a veces con tendencia a lo telegráfico, o, en función de la sensibilidad del periodista, con alardes liricoides. La vieja escuela de la épica de Matías Prats permanecia todavía en esos comentaristas tímidos que se permitian un borceguí, un balompédico de vez en cuando.
Resalto la importancia de Estudio Estadio porque era lo que ahora es imposible ver: la transmisión, la retransmisión del espectáculo deportivo, tal cual era. Yo, que ya digo que sentía inclinaciones distintas, me enamoré del equipo aun contra mi voluntad y lo hice con el entusiasmante juego de la Quinta, pero con algo más: con el aspecto de Chamartín los domingos a las cinco, con el sol bañando parte del rectángulo, en ese estadio previo a la remodelación mancebil, tal como quedó tras el Mundial, con su visera y sus dos marcadores electrónicos y esas dos torres feústicas en la grada alta. Pero era el estadio, la luz, las camisetas, la coreografia perfecta de ese equipo, junto con el respeto y la unción en los comentarios. Entonces hizo chispa en mí, prendió, la fascinacion por la camiseta, eso que, citando a Agnelli, hace que sólo me baste ver salir a los chicos vestidos de blanco para ser feliz. Pero he de insistir en la importancia del respeto, de las palabras y el tono utilizado. Al Madrid se le respetaba y la inteligencia y la sensibilidad del espectador eran igualmente consideradas. Existia aún un respeto enorme por el silencio. La televisión todavía mostraba silencios. Dios sabe lo importantes que son en todo acto de comunicación. En esos silencios se filtraba el ruido del Estadio, tan distinto al de ahora. Como tantos niños de la España de entonces, yo viví los estadios por la tele y aún recuerdo con horror el año en que las cámaras del Bernabéu se subieron a lo más alto. ¡Habían cambiado mi perspectiva del fútbol!
LV: ¿Cómo recuerdas a José Ángel de la Casa?
H: Pues mira, como alguien a quien jamás detesté y eso tiene un mérito enorme. Pasarse toda una vida narrando partidos y no irritar a nadie, eso es un mérito enorme. Ese hombre, como alguno más de entonces, tenía un acendrado sentido de lo público, de su condición casi funcionarial de servidor público… ¿Sabes qué? que me doy cuenta de hasta qué punto mi visión del fútbol y la vida es deudora de esa España un poco posterior a la transición. La España terrible del GAL, de la corrupción, de ETA, pero también de aquella en que la izquierda recoge para malversarla la herencia de principios del centro político y la transición. Ese regeneracionismo de la transición, que se ha quedado en nada, y que aunaba la solidez enteriza del franquismo, de una sociedad entera, asentada, disciplinada, con la gozosa libertad, con su estallido… es algo perdido, y cuánto de eso había en el fútbol de entonces. Todo iría desapareciendo, claro está. La vieja sobriedad. El fuerte sabor de los antiguos estadios, la pluralidad de razas futbolísticas, la riqueza de estilos, tradiciones, la simpleza de los futbolistas; la educada singularidad de los delanteros, la cercanía incluso de sus tipos físicos, la ridiculez esmirriada de algunos jugadores, tan cercana a nosotros. Si uno piensa en esas retransmisiones, en los tiempos de la tele pública, debe añorar por fuerza esos años, con todo lo malo, con el populacherío, la desfachatez del Butano, por ejemplo, que era tan residualmente franquista.
LV: Tocas el tema de García, clave, ¿verdad?
H: Absolutamente. La historia de la narración deportiva es la historia de la gran atomización, la relajación y la debilitación de dos o tres discursos fuertes, uno de ellos, sobre todo, sobre todos, el de García. Pero para hablar de García necesitariamos horas y horas de entrevistas y, además, yo quiero remarcar, quiero dejar muy claro que mi pasión por el fútbol, mi pasión por los medios de comunicación y mi madridismo son herederos de una secuela, de la mejor secuela de la transición. Que sin el ambiente de hermosura visual, de pulcro respeto, de tradición, de mezcla de ruptura y continuidad que sin ese entorno, sin esa influencia ambiental no hubiera sido posible. Encuentro imposible sentir la misma pasión en la actualidad. ¡Qué importante era el misterio! El fútbol era un cuarto de hora los domingos, la radio nocturna y, en verano, junto a la piscina o el bar, la lectura ilusionada de las portadas de Marca. Las primeras ampollas, la distribución de las habitaciones, las declaraciones de los futbolistas, que uno entonces leía asombrado, como un compendio de voluntad y claridad: «Ganaremos la liga», leía y me fascinaba la determinación heroica del delantero. Todos los tópicos del verano futbolero, cuando ver una final del Teresa Herrera era como beberte una botella en medio del desierto.
LV: ¿Tiene sentido hablar de la transición para refertirte al fútbol?
H: claro que sí, cenutrio, claro que sí. Los hombres que hemos superado ya los treinta años somos el producto más o menos ridículo de eso, somos como la resaca de la ola de la transición y si miles de nosotros añoramos los sábados matinales de la bola de cristal, como ese trozo tolerado de movida que nos enseñaban los mayores, ¡cómo no echar de menos el viejo Estudio Estadio y el fútbol de Pablo Porta! Y en eso, en todo eso había tanto de lo viejo como de lo nuevo, y en la novedad había timidez y recato, y España no era aún el chiringuito estridente lleno de horteras que es ahora.
LV: Hughes, lo tuyo parecen las memorias de Adriano.
H: Lo siento, lector, pero es que la entrevista me hace sentir cómodo. ¡Habitan en mí multitudes socráticas! Si no tengo a nadie con quien dialogar de estas cosas… ¿no será mejor que tú y yo nos demoremos en ella?
LV: Así sea, Hughes, así sea. ¿Sabes que me he quedado pensando en lo del meyba?
H: ¡Hombre, es que los meyba fueron importantísimos! Aün hoy ciertos señores mayores van a la tienda y piden un meyba. Fíjate si será importante la marca que a mí casi me hizo culé y creo que me hizo de derechas, porque para mí un hombre en bañador será siempre Fraga en meyba. Fraga en meyba, su silueta de sireno derechista con flotador, adentrándose en las aguas, era la misma silueta de mi padre y antes de mi abuela, y espero que acabe siendo la mía. Habré sido un buen hombre si, llegada cierta edad, avanzo pesadamente hacia el interior de las aguas con brazadas cansadas, silueta de Bismarck y mi meyba clásico recorriendo elástico y discreto mi perímeto abdominal. Y es que meyba es el diseño y la próbida labor del empresariado catalán y es, ¡cómo no! parte de esa España excepcional. Ah, los meybas, como las Bultacos o los Seats… pero no nos olvidemos: los meybas, el meyba, era el clasicismo del hombre de entonces, era todo lo lejos que podía ir un caballero, era lo más parecido al estilo británico que podía encontrarse en España. Y la fusión de la marca y el Barcelona era potentísima, tanto, aunque a un nivel puramente español, como la que unía a Nike con los Bulls. En esa unión de logos y marcas había una fuerza enorme, de imagen y de sentido. Y ese Barcelona, secundario, errático, pujante, rico, pero un poco trágico, se asociaba a la elegancia del meyba, al diseño y al talento mercantil catalán.
LV: ¿Llevarás meyba este verano?
H: Te puedo asegurar que llevaré lo más parecido que puedas a encontrar a un meyba.