Por Rappol
El Real Madrid Funk de Fútbol prosigue en su camino hacia nadie sabe dónde, tras aprovechar su debut en La Casisuperliga —no se han atrevido a ponerle “Casichampions” para evitar que algunos pobres hombres y un alcalde se cuenten otro trofeo fantasma—, para perseverar en esa mutación de su ADN que le permita seguir sin jugar a nada pero percutiendo ceretes con una sonrisa. Sucede así que empieza a ser un equipo muy reconocible en detalles como tirar a la basura las primeras partes, dejar el centro del campo expedito para que los equipos contrarios planifiquen centros comerciales que luego nunca se construyen, hacer una novedosa presión espasmódica a la salida de balón de sus rivales… Podríamos estar hasta mañana por la tarde perfilando los aspectos más feos del equipo. Sin embargo, debemos de volvernos hacia lo bello. Porque lo bello consuela y muestra la alegría de la vida, como los pechos de Gabriely por la mañana, apuntando a las galletas que Endricki moja en el colacao mientras piensa en una nueva tonada que tararear a sus músicos. O como el perfil de chiflado barbudo de Rúgider, goleador importante ayer en el balancín ante el abismo; o esa dedicación infinita de Valverde a la costura —quizá una de las pocas cosas que impiden que a alguno se le vean los huevos colganderos—…
De repente, ve uno a Lucas Vàzquez, y luego mucho más tarde a Militado —¿ah, pero estaba jugando antes?—, a Modric sacando un córner, al belga ese que juega en la portería (a nada, por supuesto); a divas, divos y dives, al árbitro sacando una tarjeta amarilla, a un tal Leswelin (¿qué les olerá? ¡Qué misterio!)… Y entremedias los goles, así como a lo tarambana. Goles bonitos, estéticos, con un leve aspecto hueco, como de cráneo de podemita que se ha estado estudiando la etiqueta del champú para asegurarse de que se haya empleado el lenguaje inclusivo en su redacción… Entonces, cuando el partido parece que ya concluye en otra nueva victoria europea construida desde la nada, aparece La Pierna y lo limpia todo…
En la primera novela de David Foster Wallace aparece un personaje llamado el Anticristo, el cual tiene que alimentar a su pierna faltante con hierba y su trapicheo de apuntes (y más hierba) en un contexto de ambiente universitario [Puede no ser exactamente así, porque juego de memoria, como Bellolingam; aunque estoy seguro de que el Anticristo es, además de un alter ego del autor, una prefiguración de Michael Pemulis, y otra vez el autor, en “La broma infinita”] ¿Y por qué digo esto? Porque tengo una pierna que alimentar: La Pierna de James Brown.
Y no sólo tendrá que alimentarse esa pierna, sino también las de los endrickitos y gabrielytas que, a buen seguro, empiezan a emerger descendiendo de las nubes esponjosas de los frescos de las bóvedas de algún bello templo dedicado al culto de la belleza y el bien, que es eso que precisamente se nos pasa de manera cotidiana hasta que, de repente, tras una carrera de sesenta metros, James Brown arma La Pierna y alimenta él solo a más gente de la que pueda caber en cien mil Open Arms haciendo negocio 365 días al año durante el tiempo que viva el Chef Joseandrés, que espero sea mucho tiempo. Porque alguien tendrá que dar de comer a otros piernas, y llenarse los mofletes diciendo que hace el bien. Por fortuna y huevos, James Brown no lo necesita.
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– Real Madrid: 3 (Meforré, Runigger y Luis Endricke)
– Esplugas: 1 (un nazi)