Por Von Rothbart
Queridos putitos y putitas, fansistas todos.
Me congratula estar una vez más con semejante grupo de hijos de putas para celebrar la entrada del año nuevo. Aprovecho la ocasión para dedicaros, con todo mi amor, unas sabias y elocuentes palabras que, con toda la humildad que no me caracteriza, espero os sirvan para encontrar la Gracia Divina en este 2015 recién nacido.
La primera parte de mi mensaje es un consejo que os quiero dar: Animo a todos los fansistas de bien a que hagan una pausa en sus quehaceres cotidianos-esos que básicamente consisten en tocarse los cojones en el trabajo enviando comentarios al último reducto de pensamiento auténticamente madridista, FansdelMadrid, y en masturbarse mientras contemplan fotos de milfs semidesnudas- y que aprovechen para realizar como actividad extraescolar una visita a un matadero público. Allí aprenderían cosas realmente importantes sobre la vida, hay que asistir a todo el proceso, desde “el adormilamiento del animal», por un disparador manual que introduce en el cráneo de la res una barra de metal con una presión imparable, a más de 120 km/h, hasta el troceado con sierras y la clasificación de la casquería. También hay otras vacas, las enfermas, que son arrojadas directamente, con una carretilla elevadora motorizada, a unos grandes, enormes rodillos de acero, dentados y brillantes, que hacen su trabajo, aplastan, trocean y prensan más de 500 kilos de carne en sólo cuestión de segundos; es digno de verse.
Luego están las batas, esos delantales blancos y asépticos como el glorioso uniforme blanco de la más divina criatura existente en este Universo, el REAL MADRID C.F.; el látex, el plástico, los embudos, las mangueras, los hombres entregados a la matanza con una rutina absolutamente increíble, cortando, serrando, fileteando con sierras eléctricas la carne, la epifanía de la carne, ese jodido-bendito despilfarro de todo. Toda esa energía, esa vitalidad, energía, calor, masa, esa sobreabundancia de proteínas y jugos, es una auténtica fiesta; el metal, el olor a sangre, coágulos, tragaderas, fregaderos de metal y loza, los desagües atiborrados de rojo, el crepitar de las tripas, los estómagos abiertos, los intestinos rellenos de materia básica en descomposición; una pasta confusa, materia orgánica fermentando. El mundo en vivo y en directo, naturaleza simplemente industrializada, procesada, intensificada, nada más que eso. Pero no hay nada ahí dentro que no esté afuera, sólo es una forma digamos peculiar y propia de hacerlo.
Porque la democracia consiste en eso, hambre, la industrialización del hambre. Es algo masivo y estúpido, lo sé, sólo eso, sin la más mínima posibilidad de nada, porque nadie es culpable, nadie es responsable de nada, y la carne sigue en venta; sigue ahí y no parará nunca, llenando los agujeros del hambre; mil millones de bocas que acabarán por echarlo todo por otro agujero, el ano, la pota, toneladas de mierda que alimenta la hierba, que alimenta al animal, que al final vuelve al matadero; y eso, todo eso, es la verdadera realidad, la auténtica realidad, un bucle, algo centrífugo, una espiral, el gran agujero, que retorna sobre sí mismo. Los seres humanos somos alimento de algo, no sé de qué, de dioses o monstruos, u otros hombres quizás, eso último es lo más probable; las religiones azteca y maya comprendían eso muy bien. Nos cosechan, a millones, somos rebaño, ganado; hasta el cristianismo asume esta idea, donde Cristo es cordero y los fieles también rebaño, el buen pastor. No tiene sentido de otra manera, la cadena alimenticia está perfectamente estructurada, unos seres se alimentan de otros; no se trata de una pirámide, más bien de un círculo vicioso, de una cadena cerrada de retroalimentación, un sistema, la serpiente que se muerde la cola, Leviatán, un proceso cerrado por el que acabamos por comer y beber nuestras propios meados y mierda, heces, orina, un bucle, un sistema; y el proceso no puede parar en ninguno de sus puntos sin desestabilizar de alguna manera el conjunto. Un hombre que se alimenta de otros, eso es un jodido dios; la religión no tiene que ver, necesariamente, con el sentido o no sentido de la existencia, ni con la muerte ni la moral ni el bien, ni siquiera tiene que ver con Dios, la religión tiene que ver con la conmoción. El espanto. La estupefacción. El éxtasis. La puta maravilla. El miedo. El pavor. El pánico. El milagro. El pasmo. La perplejidad. El sobrecogimiento. El temblor. Y el temor. Es decir: EL MADRIDISMO. Una reacción instintiva y totalmente primaria. La religión, la verdadera, tiene que ver con la pasión que nos une, LA ABERRACIÓN BLANCA, AHORA ROSA.
Para la segunda parte de mi mensaje os quiero contar una bonita historia de mi niñez, que podéis interpretar como un entrañable cuento navideño con su moraleja y todo. Cuando era un tierno infante solía acompañar a mi querido y amado padre, el añorado General Custer, en sus correrías cinegéticas. En nuestras largas caminatas a través de campos cordobeses en pos de la caza de perdices y liebres siempre nos seguía una preciosa perra negra que respondía al bonito nombre con que la bautizo mi papá, “Hijaputa”. Pues bien, “Hijaputa” nunca nos hacía el menor caso en nada, aunque yo podía notar cierto afecto por nosotros, sus amos; claro que todo afecto es sólo una forma subsidiaria de obtener beneficios, rentabilidad; si ellos te aman, ya sabes… ellos esperan algo de ti, es una forma de control siempre. Este mensaje va dedicado a todos los amantes de los animales, especialmente perros; deberían esterilizaros a todos, al igual que a vuestras mascotas.
Continúo con la historia: encerrábamos a la puta perra y siempre escapaba. La atábamos y no dejaba de aullar y lamentarse durante horas; sin descanso, desquiciándonos, agotándonos, estresándonos, hasta que alguien, al final, acudía a liberarla. Era una perra egoísta y libre, con una gran capacidad para la comunicación y la manipulación, sabía manipularnos y manipular a otros, era una fiel representante del género femenino. Era inteligente, parecía como si entendiese bien nuestros sentimientos y nuestras expresiones. Pero era una perra salvaje. No le gustaba estar enjaulada, sentías como si ella estuviese absolutamente dominada, poseída por impulsos que no podía controlar, esa era la impresión que daba al observarla. El General Custer se la llevó un día a un lugar apartado de la finca, la engatusó con caricias y una voz melosa y la ató con una correa, pero volvió a escaparse y la vimos en muchas ocasiones con otros perros copulando. Parece que atraía a todos los machos de la zona por el olor. Pura química. Acudían en manada como fansistas en busca de madres a la salida de los colegios. Todos los perros de los cortijos de alrededor, en grupos, o en solitario, rondaban la verja de la finca de mi papi. Deseaban, anhelaban su coño (menstruación), estaban hambrientos de ese coño. Al final, la perra conseguía salir, de un modo u otro, y los otros perros la montaban por turnos. Yo pude verla de cerca en una de aquellas cópulas salvajes: había en ella un gesto y una expresión de felicidad animal y muy primaria; era realmente muy interesante ver eso. Yo miraba su expresión de cerca, todo lo cerca que podía, y veía todo el proceso, prestaba mucha atención a eso. Uno de los machos, un enorme dogo negro, parecía ser el dominante, pero ella nunca tenía suficiente y se escapaba y andaba por los alrededores, rondando para que otros perros la montasen. Ella quería follar a cualquier precio, como fuese, parece que no había otra cosa en su jodida cabeza.
Hasta que una lluviosa tarde el Dogo, después de espantar al resto de los perros, comenzó a follársela salvajemente. Deberíais haber escuchado los aullidos, mezcla de placer y dolor, de la perra. Las embestidas del dogo eran tan bestiales que en una de sus acometidas quedaron ensartados; cualquiera de vosotros que haya disfrutado de la vida campestre sabrá que esto suele ocurrir cuando los perros follan. Alarmado ante semejante espectáculo de amor animal, fui corriendo para advertir a mi papá, que en aquel momento se encontraba practicando su hobby favorito, pero que por respeto a su figura no os desvelaré. El General contempló a los dos amantes perrunos ensartados, enganchados por sus respectivos órganos sexuales, y después de escupir el tabaco que estaba mascando, se encogió de hombros y se limitó a decir: “Lo que la Naturaleza ha unido que no lo separe el hombre”.
De esta forma, fueron pasando los días y sus respectivas noches, y fui testigo de cómo los dos animales eran incapaces de separarse el uno del otro. La perra conseguía alimentarse a duras penas, ya que tenía al macho encima y le costaba moverse. El Dogo, sin embargo, debido a la imposibilidad física de comer por sí mismo, comenzó a enflaquecer. No tardó en comenzar a agredir a la perra; y es que no debe ser divertido verte atrapado en un coño y cómo la propietaria del mismo te conduce a donde quiere y se alimenta delante de tus narices mientras desfalleces de inanición; por cierto, bonita definición de matrimonio, ¿verdad? El perro le lanzaba salvajes dentelladas, preso de la locura y la desesperación, y la perrita “Hijaputa” no tardó en fallecer a causa de las heridas. Ahora tenemos a un perro insertado por la polla a una perra muerta, pero, queridos niños, la historia no termina aquí. Cuando «el Horror, el Horror”, como diría el Coronel Kurtz, se dispara no hay quien lo detenga. Fue entonces cuando el perro hizo lo único que podía hacer: seguir su instinto animal, alimentarse del cadáver de su partenaire perruna. Así fue consumiendo el cuerpo y recuperando fuerzas hasta que los fenómenos de putrefacción -una vez más la sabia naturaleza- comenzaron a degradar el cuerpo de la ex-perra y, milagro divino, las mucosa vaginal fue descomponiéndose y liberando el enorme miembro del dogo, y a éste por añadidura.
¿Cuál es la moraleja de la historia? Dos perros follando, eso es el Apocalipsis; una perra en celo, eso es el Cristo; un dogo negro hambriento de sexo, eso es la Muerte; unos aullidos de placer y dolor, eso es el Sexo; un pene y una vagina enganchados, eso es la Armonía; una perra salida y un perro enloqueciendo, eso es Dios; un perro alimentándose de otro perro, eso es el Amor.
Por tanto tensad vuestra alma como la cuerda de un arco; que vuestra polla, empalmada en ella, sea como una flecha; pura mortificación, «mors facti», buscad alcanzar así un algo, así como una «presencia de Dios», un estado de comunicación directa con eso, la divinidad o lo que sea; ya sabéis, hay que dañar la carne, lacerarla, torturarla, retorcerla; para que llegue la presencia de Dios, para llenarnos de ÉL. Todo es siempre pura y simple zoología; lo curioso de los éxtasis, de las epifanías, es que no tienen solución de continuidad nunca, aparte del regreso a la rutina. Después, tarde o temprano, siempre tienes que volver al W. C., hacer de vientre. El ano es un auténtico agujero místico también, cada día de cada año un millón de ojetes cagan un trillón de toneladas de mierda por ese agujerito, cada día de cada año un millón de idiotas tienen espasmos místicos, hay que relajar el esfínter anal para favorecer la penetración, hay que lubricar bien con un masaje, lo que también arrima a una sensación de mucho placer. Muy cerca de la entrada podrás encontrar una especie de almendra pequeña, al frotarla despacio irá dilatándose, disfruta, la fricción suave lleva al macho a un orgasmo casi inigualable. Entonces te desnudas y te miras la polla erecta en el espejo, y entonces piensas que ya nadie podrá decirte que el jodido Dios no habita en ti. Alcanzad la Gracia Divina.
Y, por último, recordad siempre, tenedlo presente, este otro mandamiento que os doy: Follaos los unos a los otros como Von Rothbart os follaría.
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