– ¿Qué distancia media entre el Mundial del 82 y el del 30? Probablemente toda, la que va entre la inocencia y el cinismo resabiado, entre un mundo que vivía colgado del fútbol y uno ahogado entre estímulos infinitos, en un oceano de contenidos ilimitados, redes asociales y comunicación instantánea. La misma distancia que mediaentre el Naranjito -idea sencilla, directa y eficaz- y el engendro que inventen con el fin primordial de no ofender a nadie. Sabemos demasiado, hemos visto demasiado, para considerar ese aún lejano Mundial como algo más que un entretenimiento televisivo veraniego algo superior al de una serie mediocre o una película repuesta. ¿A nivel deportivo? Sólo puede interesar a los aficionados más pedestres (los que no perciben la distancia sideral con el fútbol de clubes) y a esos niños eternos llamados futbolistas. Probablemente podamos conformarnos con que la edición del 30 no se la lleve el mejor postor, o a falta de eso, con que el estado no le pague el estad(i)o al Barsa.
– ¿Y la seleçao? Bien, gracias; jugando contra Chipre, o Armenia, o Kirzigstán… ¿realmente a alguien le importa? El seleccionador, un calvo, conservó el puesto in extremis gracias a mostrar una adhesión del mejor estilo soviético a la nueva causa imperante en lo que un día fue España: el locadelcoñismo poligonero. «Estaba en shock cuando aplaudí a Rubiales», declaró, que es algo así como confesar haber leído los escritos de Goldstein, pero prometer reformarse. ¿Cómo identificarse con este colectivo ente amorfo que usurpa el escudo nacional? Una pata de jamón me representa más.
– Tras una profunda y serena reflexión, he resuelto que es conveniente exterminar (deportivamente hablando) a todos esos gitanos del Medio Oriente denominados «palestinos» antes de hacer lo propio (deportivamente hablando) con los israelitas. Puntualizo que, en mi opinión, al menos el 40% de las noticias que llegan de cualquier guerra son directamente falsas o presentan una versión totalmente desvirtuada de los hechos; no obstante, los mentados palestinos han tenido décadas para intentar copiar algo del nivel civilizatorio de sus vecinos, y, nos pongamos como nos pongamos, siguen instalados en la barbarie, una especie de siniestra combinación entre batasunos, calés y miembros de secta ultrareligiosa; en fin, unos elementos (generosamente subvencionados por la UE) que jamás se plantearán una convivencia pacífica con el enemigo que les da du (exigua) razón de ser. Si el exterminio parece algo demasiado impráctico, sin duda lo mejor sería declarar el intervencionismo cero en la región y dar un vistazo cada cien años a ver si ya han acabado de masacrarse. Euroamérica debe desentenderse en toda la medida de lo posible de esas pugnas del Antiguo Testamento. Que se entienda YHV con ellos.