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Llega esta Final Ford de Belgrado con cierto desconcierto en el madrilismo: entre los que ni se han enterado que la jugamos y los que piensan que es imposible avanzar hasta la final, los gigantones se plantan en este cruce de semis algo desarropados. Cierto que hay que jugar contra el enésimo engendro con dopaje financiero que sale de Can Farsa, pero el derrotismo es algo inconcebible para un buen Mandril, y si dependiera de mí llevaría a todos los cenizos a la checa de Bellas Artes para darles un rápido tránsito hacia ese mundo que acoge amorosamente a los cobardes.
Desde luego ha sido una temporada rara, la más irregular de toda la era Lolaso, batiendo récords de derrotas europeas consecutivas e incluso imponiéndose sanciones disciplinarias a los jugadores, algo inédito bajo la hégira del vitoriano. Pero ya que las piezan han hecho clic justo a tiempo y logramos pasar brillantemente a esta final a cuatro, ¿por qué no afrontarla con ilusión? Esta iteración lolasiana tiene especial mérito considerando la edad y kilometraje de los dos jugadores emblemáticos, Lull y Rudy (34 y 37, respectivamente), pero si consideramos que por primera vez en mucho tiempo el físico los está respetando, quizá deberíamos tenerles más fe. Los Yabusele, Causseur, Poirier, Goss, etc., también están respondiendo en esta hora crítica.
Es bastante erróneo ver al Dopinbarsa de Josequevicio como un equipo invencible: recordemos que tuvo que llegar al quinto partido con un segunda fila como el Bayern, y que han sufrido bastantes tropiezos en fechas recientes. Claramente se trata de un equipo con tendencia a la relajación y puntos débiles que pueden (¡y deben!) ser explotados. Tampoco hay que despreciar el factor loser de Mirotic, el niño de la guerra que vendió su primogenitura por un plato de lentejas. Por tanto, no ver esta semifinal y apoyar al equipo al máximo denotaría unos grados de homesexualidad inéditos hasta para una página de locas desatadas como esta.
Eso sí, el equipo estará muy solo en Yugoslavia: es harto dudoso que se desplacen hasta Belgrado más de un centenar de aficionados blancos (no digamos ya culeros), así que habrá que contar con la neutralidad del público o con que los aficinados de Oly y Efes (a quienes la sede pilla más cerca) se inclinen hacia el Madrí por algún motivo. Recordemos que Euroliga (esa organización «moderna y eficiente») no vende entradas para encuentros sueltos, sólo un infame abono de cuatro partidos (sí, hay que jugar tercer y cuarto puesto) que cuesta un ojo de la cara. En definitiva, un mamoneo muy similar al del fútbol, con los grandes prebostes cagándose y meándose en los pobres desgraciados que consumiendo estos deportes pagan sus suntuosos trenes de vida. Pero por supuesto, cuando surgen intentos de rebeldía como la Superliga, la plebe salta a decir que «se quiere destruir el deporte».