(La escena se produce en un pub, a altas horas de la noche, dos amigos que se conocen desde hace poco tiempo comienzan a charlar animadamente. Ambos padecen un extraño tic que les obliga a llevarse a la boca bien un cigarro, bien una copa, cada diez segundos. Acodados en la barra, han dejado de mirar a la pista, como resignados a un final de vómitos y onanismo. Y sin embargo, uno de ellos es alto y guapo, inusualmente guapo, y tiene el aspecto de quien cumple su palabra, se trata de un joven que está virando hacia opciones políticas conservadoras. Es madridista, pero lo es de una manera rara y frenética, como si cobrase del club. El otro es menos alto, menos guapo y simpatiza con movimientos terroristas irlandeses, no cree que exista algo llamado España, a pesar de ser él mismo triste y anodinamente español, odia al PP y no hay constancia ni evidencia testimonial de que odie a ETA.)
Hughes: Oye, ¿y tú por qué tienes tanta manía al Madrid?
El otro: Es que se trata de un club racista.
Hughes: ¿Lo dices por los Ultras? Hombre, no sé si todos lo son, en cualquier caso esas cosas las hay en todos los estadios, ¿no?
El otro: Ya, pero en el Madrid es diferente, es que el club mismo es racista
Hughes:…
El otro: Sí, joder, nunca ha fichado jugadores negros, en tiempos de Franco, no había negros.
Hughes: ¡Joder, tío, pero si Bernabéu fichó a Didí en los años 50!
El otro: ¿Quién?… Ya pero estuvo poco tiempo, ¿verdad?
Hughes: Hombre, porque no se adaptó y porque creo que se llevaba mal con Di Stéfano.
El otro: Porque era negro.
Hughes: Joder, ¿pero entonces para qué cojones le ficharon?
El otro: No sé, pero ¿a que no hubo más?
Hughes: Hombre, en los años sesenta en España no había jugadores extranjeros, luego llegarían los alemanes Netzer y Breitner, «El abisinio»…
El otro: ¿El abiqué? Joder, tío, qué freaky eres, pero ¿cómo eres tan madridista?
Hughes: Porque es lo único decente que se puede ser si eres español y te gusta el fútbol. Pero no me cortes, que quiero aclarar o del racismo. Después, a principios de los ochenta, el Madrid fichó a Cunnigham, un inglés que era negro negrisimo.
El Otro: Ah, es verdad, pero bueno…
Hughes: Ya, y no me jodas: Roberto Carlos, Karembeu, Seedorf… hombre, no me jodas…
El Otro: Ya, pero eso ya es en democracia…
Hughes: ¿Y?
EL Otro: ¡Pues, coño, que el Madrid era el equipo del régimen, lo sabe todo el mundo!
Creo que son pocos los madridistas que alguna vez no han tenido que soportar uno de estos diálogos en bucle. Al final, el Madrid tiene un pecado original, algo político y oscuro. Estos intercambios de impresiones, que suelen acabar en suspiro prolongado y resignado del madridista, se producen de manera más acusada, o mejor dicho, más frecuente, con los barcelonistas. Todos conocemos a alguno. Los hay catalanes y los hay de fuera de Cataluña. Estos últimos suelen ser propensos a la anorexia, se creen modernos, distintos. Es habitual que se trate del primo tonto que todos tenemos o del amigo ignorante que lee a Suso de Toro. Suelen tener cara repelente, y a veces hablan antecediendo un hmmmm, como si fuesen ingleses, aunque hayan nacido en Móstoles o Villarrobledo.
El madridista crece con esa conciencia de pecado. Lo normal es que el madridista gane una media de 0’9 títulos al año, de forma que las pequeñas infamias no le afecten. Bueno, parece decir, éste es el precio que pago por ser del Madrid. El problema, o lo divertido, comienza cuando uno vive eso mientras su equipo, el Madrid, no gana nada. Entonces ya no compensa tanto, y uno siente una creciente rabia que le lleva a aprenderse los cánticos de los UltrasSur, a duras penas adivinados en la retransmisión televisiva. Y así se explica que uno, de niño, haya cantado solo, durante años el «¡Es polaco, venga bote, bote!» en lugar del reglamentario «¡es polaco el que no bote, eh, eh!» . A mí me pasó, yo empecé a afeitarme el bigote y a explorar mi cuerpo en los años en que el cometa Dream Team cruzó Europa. La experiencia me marcó. En lugar de asentir al habitual vilipendio culé (ojo, ¡y ché!), me decidí a informarme y eso me convirtió en lo que soy: Hughes, un nick situado en el fondo sur de la blogosfera (aunque podría haber sido HULK-hes, por la facilidad con a que el asunto en cuestión transforma a un liberal cabal en una masa muscular verde con ropa de niño).
Paso a relatar, sin pausa alguna y sin ninguna reflexión mi memorial de agravios. Voy a escribirlo a calzón quitado. No pienso dedicar al club estatutario mi verano, dedicaré, por tanto, algo más de una hora a lo que merece una enciclopedia: la desvergüenza culé. Pido perdón por la poca calidad del texto y por su tamaño y pesadez. Agradezco a anti-barcelona.com su información, me ha ayudado a refrescar la memoria. Aunque poco. Yo mismo me asusto al comprobar que tengo en mi disco duro cerebral el 90% del contenido de una página lúcida pero furiosamente antibarcelonista (en realidad, la única manera de ser respecto al Barcelona -al que de aquí en adelante llamaremos el puto Barcelona- si uno es español y aficionado al fútbol).
El fundamental responsable de la Leyenda Negra que padece el Madrid es el puto Barcelona. En realidad, el club y esa órbita de indeseables en torno a la que gravita y que se conoce como el entorno. Un tal Ernest Lluch, desafortunadamente asesinado por ETA (en la manifestación de Barcelona, tras su muerte, sus familiares pedían la negociación con ETA, y uno duda de si hubiese sido lo mismo si el señor Lluch hubiese sido asesinado, pongamos un ejemplo, por el Grapo, o por un comando ultraderechista), se encargó, junto con el escritor catalán Vázquez Montalbán de dar prestigio intelectual al antimadridismo. El primero usó sus mañas de historiador para falsear la historia del fichaje de Di Stéfano por el Real Madrid (imaginen qué acuciante problema para la historiografia mundial), el segundo fue el que bautizó al Barcelona, en inigualable combinación de fanatismo y cursilería, como «el ejército desarmado de Cataluña». Montalbán era catalanista y comunista. Su obra y actitud política se pueden resumir así: dedicó más páginas a Aznar que a Stalin y describió el lanzamiento de objetos y almohadillas al cesped del Nou Camp con el siguiente alarde lírico: «amapolas volando sobre trigales verdes». Ahora se me viene a la cabeza el relato de Andrés Sorel, de sus dificultades para hacer compatible su militancia comunista y su pasión merengue, o la forma en que la web del Real Madrid, nada más entrar en el club Ferreras, empezó a colgar artículos de Prado o noticias de ex jugadores madridistas republicanos. Los que hemos estado o los que están en posiciones izquierdistas o en terrenos cercanos a la bohemia, la intelectualidad o el arte, sabemos hasta qué punto esas pamplinas tienen éxito.
Lo cierto es que Di Stéfano jugó en el Madrid porque don Santiago llegó a un acuerdo en el momento justo con el club que tenia sus derechos. Los culés no sólo mienten aquí, sino que se dejan por explicar la irregular manera en que años antes consiguieron a Kubala, gloria barcelonista, del Barcelona de les cinc copes, cantado por Serrat, en uno de esos descansos que Franco se tomó en su persecución al barcelonismo. En realidad, Kubala se benefició de un chanchullo para poder jugar en el Barcelona, pese al interés del propio Real Madrid. Esa táctica, la del chanchullo administrativo, la han utilizado posteriormente, Messi es el último ejemplo. El cuñado de Laporta se encargaba de realizar las nacionalizaciones express de los futbolistas del puto Barcelona. Cuando hubo acabado su cometido, el muy ortodoxamente nacionalista entorno culé inició una cruzada contra sus «nostalgias imperiales». En realidad, el Barcelona ha sido siempre un club con gran penetración institucional. Aznar tardó seis años en reconocer su madridismo, pero ZP no ha dudado en bajar a abrazarse con la copa en París. Tienen una peña en el congreso, una peña barcelonista, un descarado lobby culé en la sede de la soberanía nacional. Los partidos nacionalistas, los mismos que han hecho poco o nada en contra de ETA o HB (y perdon por la redundancia) no han dudado en cargar duramente contra el Madrid, llevando nuestros asuntos al propio parlamento o a instancias europeas. Así sucedió con la ciudad deportiva, pero pasó también con el sello conmemorativo del centenario o con la llegada de Ronaldo a Madrid. Pero no se acaba aquí la cosa: tienen presencia en la Casa Real e incluso han llegado a vetar al Madrid en los Premios Principe de Asturias. En eso tuvo mucho que ver Samaranch, personaje que me viene de perlas para ordenar este caótico relato. Me viene de perlas por dos cosas: porque representa a la burguesía catalana y porque por su longevidad me permite retroceder mucha décadas atrás, al año 1943, cuando firmo una crónica incendiaria contra el Real Madrid con motivo del famoso 11-1 de la vuelta de la eliminatoria de Copa del Rey, tras un escandoloso e ignominioso trato padecido por los blancos en Les Corts. En lo que ha sido una constante de nuestras visitas a Barcelona, el maltrato: desde los primeros años de siglo hasta el caso Figo.
A mí me parece particularmente reseñable el hecho de que cosas increibles sucediesen ya antes de que el Madrid fuese grande. Por ejemplo, en los años de la guerra el Madrid no pudo participar en una especie de competición catalana, contando como contaba con el apoyo del fútbol catalán, por culpa de la negativa del Barcelona, del puto Barcelona, quedándose los deportistas castellanos sin poder practicar su noble profesión. Pero bueno, hablaba del comportamiento culé. Yo lanzo en cascada lo siguiente: el linchamiento a Guruceta, el cerdo con la camiseta de Brito Arceo, las agresiones a Helguera y Roberto Carlos, los lanzamientos de bolas de billar, navajas, botellas de güisqui, mecheros, cascos de moto, las declaraciones de Masfurroll achacando la cabeza del cochinillo a un montaje de la aviesa prensa madrileña, las provocaciones de Gaspart, la propia reacción de Gaspart culpando a Figo de «haber ido a provocar a su casa», Gaspart comparando el palco del Bernabéu con El Molino, Núñez diciendo que «Juanito las embarazaba por las esquinas» (¿por dónde las embaraza Eto’o?), las butifarras de Giovanni por las que nunca pidió perdón, los insultos de Figo, de Stoichkov, del propio Eto’o, la quema de banderas… a mí me indignan especialmente las manifestaciones racistas. Por lo que tienen de malas y porque pasan inadvertidas. El público culé es doblemente racista: abuchea al español y abuchea al oscuro. O aulla. Roberto Carlos tiene asegurado, si decide quedarse con nosotros, sus abucheos selváticos, su monedita de dos euros en el cogote y hasta puede que le vuelvan a regalar un simio de peluche desde la grada. ¿Pero quién se acuerda de Hugo Sánchez? Yo, siendo un crio, compré alguna revista donbalón, pero dejé de hacerlo cuando entre lo mejor de un año de fútbol destacaron la «gracia» de una pancarta mostrada en el Nou Camp donde se leia: «Hugo, torna’t al Africa». A Hugo le menospreció también, aludiendo a su sudaca condición, cierto directivo barcelonista.
En fin… ¿por dónde iba? Ah, sí, Samaranch y la burguesía catalana. El Barcelona es la representación deportiva del itinerario político de la burguesía catalana. Se dice que Franco no sólo no era madridista sino que tenía incluso admiración por Samitier (el prototraidor). Lo cierto es que Madrid le costó tiempo al Generalísimo, mientras que en Barcelona entró con cierta tranquilidad, tras haber recibido determinadas visitas implorantes en Burgos. El Barcelona ganó cinco ligas franquistas hasta que el Madrid consiguió ganar su primera, y creo recordar que son 10 las copas del Generalísimo que levantaron (por cierto, antes de que se me escape: en tiempos democráticos, el Barcelona destaca en las finales de Copa: robos al Mallorca en Mestalla, al Madrid en La Romadera, provocaciones varias en Chamartín el año del Betis, batalla campal contra el Athletic, silbidos y vejaciones a la bandera y al himno español y a la figura del Rey, y plante a la misma Copa e indulto posterior…). El Barcelona obtuvo una recalificación en los años 50 y dos en los años 60. El Barcelona, en realidad, disfrutó del «desarrollismo» más que el Madrid, pues mientras que al Madrid le negaban la ampliación, Franco les firmaba decretos. Por estas cosas condecoraron a Porcioles, alcalde franquista de Barcelona (para el que trabajó Maragall, ese resistente). También condecoraron al propio Franco, incluso más de una vez; con Franco en realidad fueron reincidentes, porque le volvieron a condecorar en los años 70 por las subvenciones para la construcción del Palau Blaugrana, ese recinto catalano-balcánico donde se ha llegado a pedir a ETA que los mate, que los mate, y donde Petrovic, el mejor jugador de la historia del baloncesto europero decidió dejar el mundo FIBA al comprobar cómo, después de haber ganado todos los titulos esa temporada y de haber padecido los lloriqueos diarios de Aito, un árbitro compulsivo apellidado Neyro impidió que el Madrid pudiese acabar el partido con un número mínimo de cinco jugadores. En fin, estos pájaros son muy dados a condecorar, también lo hicieron con los presidentes del Valencia y del Tenerife en los primeros años noventa, y con el propio Villar. Pero Tenerife llegará después. Ahora sigamos con la burguesía catalana. La verdad es que el Barcelona tuvo presidentes franquistas, e incluso colocó a reconocidos culés en las instituciones deportivas. Por entonces, por los mismos años en que Guruceta purgaba todos los colps de falc dados a destiempo, un tal Rigo llevaba en volandas al Barcelona hasta la final de Copa, la famosa final de las botellas, que ganara el Barcelona tras escandaloso arbitraje de su trencilla de cámara, el tal Rigo, porque, sí, amigos, el puto Barcelona tiene la capacidad de enviar al ostracismo a un árbitro o de tener árbitros de cámara, incluso en tiempos de la dictadura, que para ellos, ya estamos viendo, era más bien dictablanda: la discrecionalidad autocrática les sacó de la ruina, les permitió construir el Nou Camp, tener a Kubala y hasta fichar a Cruyff por cantidades millonarias. Llegaron los setenta y los hijos de papá se hacían de la gauche divine. Tiempos de puño en alto porque se olía la transición. Catalanismo y clin, clin caja. El Barcelona iba a seguir siendo el equipo del régimen… nacionalista.
El mismo Barcelona de Montal era el de Montalbán. Con Pujol llegó la inmersión, la lingüística y la futbolística. Un nuevo régimen de planificadores sentimentales. La inmersión futbolera se dejaría en manos de la TV3. En esa cadena, que ha servido para pagar contratos a los jugadores del Barcelona y que junto a LaCaixa y al propio Barcelona forman una especie de monstruo de tres cabezas, una suerte de Trinca catalanista, se ha llamado hijo de puta a los jugadores del Madrid, se han realizado debates en los que se trataba de decidir si el Madrid era o no era un enemigo de Cataluña, se ha caricaturizado sin piedad y con una saña abominable al madridista catalán como una especie de supercateto ignorante y cerril. Recuerdo las imitaciones que uno de los cómicos de guardia del Pujolismo hacia del madridista catalán. Al cómico luego lo encontré apoyando en un acto al diario Egunkaria e incluso en un documental internacional que emitió el Canal Plus y que trataba de las rivalidades furbolísticas: Inter-Milan, Boca-River y también el Madrid-Barcelona, que partía de la Edad Media, de las ansias bélicas y expansionistas de los castellanos y terminaba en ese mismo cómico hablando por boca de madridista. Me pregunto qué habrá pensado de nosotros quien haya visto ese programa en Australia. Pero es que la relación del puto Barcelona con los medios es un mundo aparte. Recuerdo los programas de Arús, las chanzas a los madridistas sobre un fondo de paredes desconchadas y evidente pobreza. Y mi primera y última esperanza con el Sport, siendo un chaval: dos páginas dedicadas a todas las lesiones de los jugadores madridistas. Lesiones que yo desconocía enumeradas y exageradas para lectores morbosos. Ay, si a nosotros nos pasase lo de Superga… ¡¡¡Y quién no recuerda a Hierro crucuficado en el diario Sport!!!
Pero tras los años de la inmersión culé del pujolismo, el puto Barcelona se prepara para ser el equipo del régimen de Perpiñán. Laporta se fue de bolos nacionalistas con Carod. Proclamó la independencia catalana en una inauguración de peña en el extranjero (ay, las trobadas mundiales de penyas, si eso no es prepotencia…), retiró la bandera española de La Masía (dice el socio que una narcosala, yo insisto en que es una ikastola con campo de fútbol de hierba), convirtió una enorme bandera española que la organización de un amistoso colocó en el estadio de Cardiff (sin duda, para disimular la escasísima afluencia) en una improvisada cuatribarrada (no sé cómo, hay individuos que parecen viajar con carretes enormes de tela, fanáticos de las banderas), retó a gritos y en calzoncillos a un Guardia Civil (Oleguer, cachorro culé y el cromo más rechazado por los niños españoles, ha imitado alguna vez esa resistencia a la autoridad, quedando el incidente en ese limbo periodístico de los secretos culés donde van los doping de De Boer, las declaraciones de médicos italianos sobre el desarrollo de Messi, la vida familiar y automovilística de Eto’o, las supuestas violaciones de algunos ex…), todo minucias si se compara con la instrumentalización política del Barcelona, la que Laporta prometió a sus socios, desde la misma noche electoral: Declaración contra el trasvase, negativa a portar la bandera de apoyo a Madrid 2012, apoyo escrito al Estatuto en los momentos de menor apoyo al proyecto y hasta una declaración pro-Països Catalans con mapa incluido en el césped del Nou Camp. Césped que parece un ateneo de los años treinta, por lo mucho que se utiliza para discusiones políticas. Aunque nadie ha visto durante estos años una pancarta rechazando la tregua selectiva de ETA en Cataluña, claro. En realidad, el Nou Camp es el lugar perfecto donde debes ir si luego quieres pasarte por una exposición o por alguna filmoteca para ver algo de Leni Riefenstahl. Se comprende todo mucho mejor. La fascinación del espectáculo deportivo. Esa orgía de las masas, esas coreografías de las muchedumbres, ¡multitudes al unísono! Inolvidable esos tifos pagados por los periódicos culés y tomados desde todas los ángulos posibles por el realizador de la TV3, tifos también institucionales, esas banderas de récord Guiness, esos himnos belicosos, ese palco en el que no falta nadie (¡y hablan del palco, estos caraduras!)
El Barcelona tuvo unas buenas relaciones con el franquismo, del que salió como el club más rico de España, con subvenciones, créditos, ayudas y recalificaciones de todos los colores; pasó por el pujlismo como la representación balompédica del volkgeist catalán y ahora, bueno, ya sabemos que ahora es el equipo del nuevo régimen de Perpiñán. Desde luego, no hay en toda Europa una entidad deportiva que tenga semejante capacidad para aprovecharse de las instituciones y, a la vez, presentarse a sí misma como un equipo alternativo, contestatario, incluso lo consiguen cuando le abren el campo a Gadafi junior por cuatro rupias. El Barcelona es una estafa y un enemigo de España. Un instrumento político para romper España mientras se aprovecha de su mercado televisivo y copa sus instituciones políticas y deportivas. ¿Hablamos de la RFEF? ¿Hablamos del plante a la Copa, del recurso a la justicia ordinaria, del cierre que nunca fue del estadio, del partido contra el Sevilla a las 00:00 (¡Qué es prepotencia! ¿Y tú me lo preguntas?
Prepotencia… eres tú), de la traición a la LFP para que siguiese Villar, de Gaspart (el que sacaba cuernos a los rivales, se reconocía uno de los Boixos Nois, y del que cuentan que llegó a pagar dinero a Henry y Karembeu para que no ficharan por el Madrid), de Arminio y sus palabras contra el Madrid, de sus arbitrajes desternillantes…
El Barcelona y Europa: niegan las copas del Madrid, pero presumen de ridículas Ferias contra la selección de Londres; han ganado su última Copa robando a todos los equipos contra los que se han enfrentado y oh, la, la, la hemeroteca de L’Equipe da fe de la compra de los dos colegiados ingleses, Ellis y Leafe, en 1960. Creo que al Madrid le anularon tres o cuatro goles en el partido de vuelta. Bueno, casi como en Tenerife II, con tres penaltis que Gracia Redondo (¡¡¡No sabes cómo jodernos, ¿no?!!!) no quiso ver. Llego a Tenerife, por donde empecé. Primas reconocidas al Tenerife, invitaciones al Gamper a los equipos (y no sé si incluso a alguno de los árbitros), condecoraciones y unas declaraciones de Luis Milla en las que confesó que le llegaron a ofrecer dinero desde el Barcelona por dejarse vencer. Milla lo denunció, pero no se investigó. Moggi no sé si llegó a tanto. Pero no hizo falta, Milla marcó un gol injustamente anulado por fuera de juego. Los años culés del dream team. El equipo más prepotente de la historia. Bruyns Slot levantando la manita, Cruyff dando lecciones al Milan de Capello (ese 4-0 en Atenas, una de las noches más felices de mi vida, cuando en el Prat se podía leer el triunfo del Barcelona, del puto Barcelona, «que prestigiaba la Copa de Europa»), cada jornada de Liga precedida de noticias en el Sport sobre el interés del Barcelona por la estrella rival. El grandísimo juego de ese equipo, que ganó una copa de Europa contra la Sampdoria de falta (Sí, lo adivinaste: injusta) y en la prórroga, comparable al de Magic, Jordan, Bird y compañía… Quien vivió esos años sabe de qué hablo. Tenían el dinero, los árbitros, la Federación, los medios, el balón y la «legitimidad futbolera» por jugar con extremos, aunque el extremo se convirtiese en carrilero al llegar a Chamartín.
Pero si alguien ha sufrido esta Leyenda Negra, si alguien fue dañado por este modo ignominioso de proceder, ese es sin duda don Santiago Bernabéu. Todavía hace pocos años, una revistilla histórica catalana, de esas que utilizan para manufacturar los mitos con los que luego comercian en los medios y en el Parlamento, contaba no sé qué miserias sobre la participación de don Santiago en la guerra. Doble mixtificación: la de la guerra civil y la del propio Real Madrid. Durante décadas, ese hombre culto, preclaro, honradísimo, cabal, deportivo y pionero tuvo que aguantar los ataques mezquinos de quien no sabe competir si no destruye. Mientras otros le ponían la insignia a Franco él se la ponia a un general israelí, ajeno al antisemitismo franquista (sí, como ahora). Años después, siguen manchando, con fanática saña, su gran obra. Por él y por la memoria de tantos aficionados, jugadores y directivos de nuestro club, es un deber responder a cada una de las falacias e insidias. No sólo defendernos, sino exigirles que expliquen tanto desafuero. Y claro, serena, pero firmemente (de nuevo lúcida, pero furiosamente) gritar con española voz: ¡PUTA BARÇA!