El club más tramposo y detestable del deporte mundial

(La escena se produce en un pub, a altas horas de la noche, dos amigos que se conocen desde hace poco tiempo comienzan a charlar animadamente. Ambos padecen un extraño tic que les obliga a llevarse a la boca bien un cigarro, bien una copa, cada diez segundos. Acodados en la barra, han dejado de mirar a la pista, como resignados a un final de vómitos y onanismo. Y sin embargo, uno de ellos es alto y guapo, inusualmente guapo, y tiene el aspecto de quien cumple su palabra, se trata de un joven que está virando hacia opciones políticas conservadoras. Es madridista, pero lo es de una manera rara y frenética, como si cobrase del club. El otro es menos alto, menos guapo y simpatiza con movimientos terroristas irlandeses, no cree que exista algo llamado España, a pesar de ser él mismo triste y anodinamente español, odia al PP y no hay constancia ni evidencia testimonial de que odie a ETA.)

Hughes: Oye, ¿y tú por qué tienes tanta manía al Madrid?

El otro: Es que se trata de un club racista.

Hughes: ¿Lo dices por los Ultras? Hombre, no sé si todos lo son, en cualquier caso esas cosas las hay en todos los estadios, ¿no?

El otro: Ya, pero en el Madrid es diferente, es que el club mismo es racista

Hughes:…

El otro: Sí, joder, nunca ha fichado jugadores negros, en tiempos de Franco, no había negros.

Hughes: ¡Joder, tío, pero si Bernabéu fichó a Didí en los años 50!

El otro: ¿Quién?… Ya pero estuvo poco tiempo, ¿verdad?

Hughes: Hombre, porque no se adaptó y porque creo que se llevaba mal con Di Stéfano.

El otro: Porque era negro.

Hughes: Joder, ¿pero entonces para qué cojones le ficharon?

El otro: No sé, pero ¿a que no hubo más?

Hughes: Hombre, en los años sesenta en España no había jugadores extranjeros, luego llegarían los alemanes Netzer y Breitner, «El abisinio»…

El otro: ¿El abiqué? Joder, tío, qué freaky eres, pero ¿cómo eres tan madridista?

Hughes: Porque es lo único decente que se puede ser si eres español y te gusta el fútbol. Pero no me cortes, que quiero aclarar o del racismo. Después, a principios de los ochenta, el Madrid fichó a Cunnigham, un inglés que era negro negrisimo.

El Otro: Ah, es verdad, pero bueno…

Hughes: Ya, y no me jodas: Roberto Carlos, Karembeu, Seedorf… hombre, no me jodas…

El Otro: Ya, pero eso ya es en democracia…

Hughes: ¿Y?

EL Otro: ¡Pues, coño, que el Madrid era el equipo del régimen, lo sabe todo el mundo!

Creo que son pocos los madridistas que alguna vez no han tenido que soportar uno de estos diálogos en bucle. Al final, el Madrid tiene un pecado original, algo político y oscuro. Estos intercambios de impresiones, que suelen acabar en suspiro prolongado y resignado del madridista, se producen de manera más acusada, o mejor dicho, más frecuente, con los barcelonistas. Todos conocemos a alguno. Los hay catalanes y los hay de fuera de Cataluña. Estos últimos suelen ser propensos a la anorexia, se creen modernos, distintos. Es habitual que se trate del primo tonto que todos tenemos o del amigo ignorante que lee a Suso de Toro. Suelen tener cara repelente, y a veces hablan antecediendo un hmmmm, como si fuesen ingleses, aunque hayan nacido en Móstoles o Villarrobledo.

El madridista crece con esa conciencia de pecado. Lo normal es que el madridista gane una media de 0’9 títulos al año, de forma que las pequeñas infamias no le afecten. Bueno, parece decir, éste es el precio que pago por ser del Madrid. El problema, o lo divertido, comienza cuando uno vive eso mientras su equipo, el Madrid, no gana nada. Entonces ya no compensa tanto, y uno siente una creciente rabia que le lleva a aprenderse los cánticos de los UltrasSur, a duras penas adivinados en la retransmisión televisiva. Y así se explica que uno, de niño, haya cantado solo, durante años el «¡Es polaco, venga bote, bote!» en lugar del reglamentario «¡es polaco el que no bote, eh, eh!» . A mí me pasó, yo empecé a afeitarme el bigote y a explorar mi cuerpo en los años en que el cometa Dream Team cruzó Europa. La experiencia me marcó. En lugar de asentir al habitual vilipendio culé (ojo, ¡y ché!), me decidí a informarme y eso me convirtió en lo que soy: Hughes, un nick situado en el fondo sur de la blogosfera (aunque podría haber sido HULK-hes, por la facilidad con a que el asunto en cuestión transforma a un liberal cabal en una masa muscular verde con ropa de niño).

Paso a relatar, sin pausa alguna y sin ninguna reflexión mi memorial de agravios. Voy a escribirlo a calzón quitado. No pienso dedicar al club estatutario mi verano, dedicaré, por tanto, algo más de una hora a lo que merece una enciclopedia: la desvergüenza culé. Pido perdón por la poca calidad del texto y por su tamaño y pesadez. Agradezco a anti-barcelona.com su información, me ha ayudado a refrescar la memoria. Aunque poco. Yo mismo me asusto al comprobar que tengo en mi disco duro cerebral el 90% del contenido de una página lúcida pero furiosamente antibarcelonista (en realidad, la única manera de ser respecto al Barcelona -al que de aquí en adelante llamaremos el puto Barcelona- si uno es español y aficionado al fútbol).

El fundamental responsable de la Leyenda Negra que padece el Madrid es el puto Barcelona. En realidad, el club y esa órbita de indeseables en torno a la que gravita y que se conoce como el entorno. Un tal Ernest Lluch, desafortunadamente asesinado por ETA (en la manifestación de Barcelona, tras su muerte, sus familiares pedían la negociación con ETA, y uno duda de si hubiese sido lo mismo si el señor Lluch hubiese sido asesinado, pongamos un ejemplo, por el Grapo, o por un comando ultraderechista), se encargó, junto con el escritor catalán Vázquez Montalbán de dar prestigio intelectual al antimadridismo. El primero usó sus mañas de historiador para falsear la historia del fichaje de Di Stéfano por el Real Madrid (imaginen qué acuciante problema para la historiografia mundial), el segundo fue el que bautizó al Barcelona, en inigualable combinación de fanatismo y cursilería, como «el ejército desarmado de Cataluña». Montalbán era catalanista y comunista. Su obra y actitud política se pueden resumir así: dedicó más páginas a Aznar que a Stalin y describió el lanzamiento de objetos y almohadillas al cesped del Nou Camp con el siguiente alarde lírico: «amapolas volando sobre trigales verdes». Ahora se me viene a la cabeza el relato de Andrés Sorel, de sus dificultades para hacer compatible su militancia comunista y su pasión merengue, o la forma en que la web del Real Madrid, nada más entrar en el club Ferreras, empezó a colgar artículos de Prado o noticias de ex jugadores madridistas republicanos. Los que hemos estado o los que están en posiciones izquierdistas o en terrenos cercanos a la bohemia, la intelectualidad o el arte, sabemos hasta qué punto esas pamplinas tienen éxito.

Lo cierto es que Di Stéfano jugó en el Madrid porque don Santiago llegó a un acuerdo en el momento justo con el club que tenia sus derechos. Los culés no sólo mienten aquí, sino que se dejan por explicar la irregular manera en que años antes consiguieron a Kubala, gloria barcelonista, del Barcelona de les cinc copes, cantado por Serrat, en uno de esos descansos que Franco se tomó en su persecución al barcelonismo. En realidad, Kubala se benefició de un chanchullo para poder jugar en el Barcelona, pese al interés del propio Real Madrid. Esa táctica, la del chanchullo administrativo, la han utilizado posteriormente, Messi es el último ejemplo. El cuñado de Laporta se encargaba de realizar las nacionalizaciones express de los futbolistas del puto Barcelona. Cuando hubo acabado su cometido, el muy ortodoxamente nacionalista entorno culé inició una cruzada contra sus «nostalgias imperiales». En realidad, el Barcelona ha sido siempre un club con gran penetración institucional. Aznar tardó seis años en reconocer su madridismo, pero ZP no ha dudado en bajar a abrazarse con la copa en París. Tienen una peña en el congreso, una peña barcelonista, un descarado lobby culé en la sede de la soberanía nacional. Los partidos nacionalistas, los mismos que han hecho poco o nada en contra de ETA o HB (y perdon por la redundancia) no han dudado en cargar duramente contra el Madrid, llevando nuestros asuntos al propio parlamento o a instancias europeas. Así sucedió con la ciudad deportiva, pero pasó también con el sello conmemorativo del centenario o con la llegada de Ronaldo a Madrid. Pero no se acaba aquí la cosa: tienen presencia en la Casa Real e incluso han llegado a vetar al Madrid en los Premios Principe de Asturias. En eso tuvo mucho que ver Samaranch, personaje que me viene de perlas para ordenar este caótico relato. Me viene de perlas por dos cosas: porque representa a la burguesía catalana y porque por su longevidad me permite retroceder mucha décadas atrás, al año 1943, cuando firmo una crónica incendiaria contra el Real Madrid con motivo del famoso 11-1 de la vuelta de la eliminatoria de Copa del Rey, tras un escandoloso e ignominioso trato padecido por los blancos en Les Corts. En lo que ha sido una constante de nuestras visitas a Barcelona, el maltrato: desde los primeros años de siglo hasta el caso Figo.

A mí me parece particularmente reseñable el hecho de que cosas increibles sucediesen ya antes de que el Madrid fuese grande. Por ejemplo, en los años de la guerra el Madrid no pudo participar en una especie de competición catalana, contando como contaba con el apoyo del fútbol catalán, por culpa de la negativa del Barcelona, del puto Barcelona, quedándose los deportistas castellanos sin poder practicar su noble profesión. Pero bueno, hablaba del comportamiento culé. Yo lanzo en cascada lo siguiente: el linchamiento a Guruceta, el cerdo con la camiseta de Brito Arceo, las agresiones a Helguera y Roberto Carlos, los lanzamientos de bolas de billar, navajas, botellas de güisqui, mecheros, cascos de moto, las declaraciones de Masfurroll achacando la cabeza del cochinillo a un montaje de la aviesa prensa madrileña, las provocaciones de Gaspart, la propia reacción de Gaspart culpando a Figo de «haber ido a provocar a su casa», Gaspart comparando el palco del Bernabéu con El Molino, Núñez diciendo que «Juanito las embarazaba por las esquinas» (¿por dónde las embaraza Eto’o?), las butifarras de Giovanni por las que nunca pidió perdón, los insultos de Figo, de Stoichkov, del propio Eto’o, la quema de banderas… a mí me indignan especialmente las manifestaciones racistas. Por lo que tienen de malas y porque pasan inadvertidas. El público culé es doblemente racista: abuchea al español y abuchea al oscuro. O aulla. Roberto Carlos tiene asegurado, si decide quedarse con nosotros, sus abucheos selváticos, su monedita de dos euros en el cogote y hasta puede que le vuelvan a regalar un simio de peluche desde la grada. ¿Pero quién se acuerda de Hugo Sánchez? Yo, siendo un crio, compré alguna revista donbalón, pero dejé de hacerlo cuando entre lo mejor de un año de fútbol destacaron la «gracia» de una pancarta mostrada en el Nou Camp donde se leia: «Hugo, torna’t al Africa». A Hugo le menospreció también, aludiendo a su sudaca condición, cierto directivo barcelonista.

En fin… ¿por dónde iba? Ah, sí, Samaranch y la burguesía catalana. El Barcelona es la representación deportiva del itinerario político de la burguesía catalana. Se dice que Franco no sólo no era madridista sino que tenía incluso admiración por Samitier (el prototraidor). Lo cierto es que Madrid le costó tiempo al Generalísimo, mientras que en Barcelona entró con cierta tranquilidad, tras haber recibido determinadas visitas implorantes en Burgos. El Barcelona ganó cinco ligas franquistas hasta que el Madrid consiguió ganar su primera, y creo recordar que son 10 las copas del Generalísimo que levantaron (por cierto, antes de que se me escape: en tiempos democráticos, el Barcelona destaca en las finales de Copa: robos al Mallorca en Mestalla, al Madrid en La Romadera, provocaciones varias en Chamartín el año del Betis, batalla campal contra el Athletic, silbidos y vejaciones a la bandera y al himno español y a la figura del Rey, y plante a la misma Copa e indulto posterior…). El Barcelona obtuvo una recalificación en los años 50 y dos en los años 60. El Barcelona, en realidad, disfrutó del «desarrollismo» más que el Madrid, pues mientras que al Madrid le negaban la ampliación, Franco les firmaba decretos. Por estas cosas condecoraron a Porcioles, alcalde franquista de Barcelona (para el que trabajó Maragall, ese resistente). También condecoraron al propio Franco, incluso más de una vez; con Franco en realidad fueron reincidentes, porque le volvieron a condecorar en los años 70 por las subvenciones para la construcción del Palau Blaugrana, ese recinto catalano-balcánico donde se ha llegado a pedir a ETA que los mate, que los mate, y donde Petrovic, el mejor jugador de la historia del baloncesto europero decidió dejar el mundo FIBA al comprobar cómo, después de haber ganado todos los titulos esa temporada y de haber padecido los lloriqueos diarios de Aito, un árbitro compulsivo apellidado Neyro impidió que el Madrid pudiese acabar el partido con un número mínimo de cinco jugadores. En fin, estos pájaros son muy dados a condecorar, también lo hicieron con los presidentes del Valencia y del Tenerife en los primeros años noventa, y con el propio Villar. Pero Tenerife llegará después. Ahora sigamos con la burguesía catalana. La verdad es que el Barcelona tuvo presidentes franquistas, e incluso colocó a reconocidos culés en las instituciones deportivas. Por entonces, por los mismos años en que Guruceta purgaba todos los colps de falc dados a destiempo, un tal Rigo llevaba en volandas al Barcelona hasta la final de Copa, la famosa final de las botellas, que ganara el Barcelona tras escandaloso arbitraje de su trencilla de cámara, el tal Rigo, porque, sí, amigos, el puto Barcelona tiene la capacidad de enviar al ostracismo a un árbitro o de tener árbitros de cámara, incluso en tiempos de la dictadura, que para ellos, ya estamos viendo, era más bien dictablanda: la discrecionalidad autocrática les sacó de la ruina, les permitió construir el Nou Camp, tener a Kubala y hasta fichar a Cruyff por cantidades millonarias. Llegaron los setenta y los hijos de papá se hacían de la gauche divine. Tiempos de puño en alto porque se olía la transición. Catalanismo y clin, clin caja. El Barcelona iba a seguir siendo el equipo del régimen… nacionalista.

El mismo Barcelona de Montal era el de Montalbán. Con Pujol llegó la inmersión, la lingüística y la futbolística. Un nuevo régimen de planificadores sentimentales. La inmersión futbolera se dejaría en manos de la TV3. En esa cadena, que ha servido para pagar contratos a los jugadores del Barcelona y que junto a LaCaixa y al propio Barcelona forman una especie de monstruo de tres cabezas, una suerte de Trinca catalanista, se ha llamado hijo de puta a los jugadores del Madrid, se han realizado debates en los que se trataba de decidir si el Madrid era o no era un enemigo de Cataluña, se ha caricaturizado sin piedad y con una saña abominable al madridista catalán como una especie de supercateto ignorante y cerril. Recuerdo las imitaciones que uno de los cómicos de guardia del Pujolismo hacia del madridista catalán. Al cómico luego lo encontré apoyando en un acto al diario Egunkaria e incluso en un documental internacional que emitió el Canal Plus y que trataba de las rivalidades furbolísticas: Inter-Milan, Boca-River y también el Madrid-Barcelona, que partía de la Edad Media, de las ansias bélicas y expansionistas de los castellanos y terminaba en ese mismo cómico hablando por boca de madridista. Me pregunto qué habrá pensado de nosotros quien haya visto ese programa en Australia. Pero es que la relación del puto Barcelona con los medios es un mundo aparte. Recuerdo los programas de Arús, las chanzas a los madridistas sobre un fondo de paredes desconchadas y evidente pobreza. Y mi primera y última esperanza con el Sport, siendo un chaval: dos páginas dedicadas a todas las lesiones de los jugadores madridistas. Lesiones que yo desconocía enumeradas y exageradas para lectores morbosos. Ay, si a nosotros nos pasase lo de Superga… ¡¡¡Y quién no recuerda a Hierro crucuficado en el diario Sport!!!

Pero tras los años de la inmersión culé del pujolismo, el puto Barcelona se prepara para ser el equipo del régimen de Perpiñán. Laporta se fue de bolos nacionalistas con Carod. Proclamó la independencia catalana en una inauguración de peña en el extranjero (ay, las trobadas mundiales de penyas, si eso no es prepotencia…), retiró la bandera española de La Masía (dice el socio que una narcosala, yo insisto en que es una ikastola con campo de fútbol de hierba), convirtió una enorme bandera española que la organización de un amistoso colocó en el estadio de Cardiff (sin duda, para disimular la escasísima afluencia) en una improvisada cuatribarrada (no sé cómo, hay individuos que parecen viajar con carretes enormes de tela, fanáticos de las banderas), retó a gritos y en calzoncillos a un Guardia Civil (Oleguer, cachorro culé y el cromo más rechazado por los niños españoles, ha imitado alguna vez esa resistencia a la autoridad, quedando el incidente en ese limbo periodístico de los secretos culés donde van los doping de De Boer, las declaraciones de médicos italianos sobre el desarrollo de Messi, la vida familiar y automovilística de Eto’o, las supuestas violaciones de algunos ex…), todo minucias si se compara con la instrumentalización política del Barcelona, la que Laporta prometió a sus socios, desde la misma noche electoral: Declaración contra el trasvase, negativa a portar la bandera de apoyo a Madrid 2012, apoyo escrito al Estatuto en los momentos de menor apoyo al proyecto y hasta una declaración pro-Països Catalans con mapa incluido en el césped del Nou Camp. Césped que parece un ateneo de los años treinta, por lo mucho que se utiliza para discusiones políticas. Aunque nadie ha visto durante estos años una pancarta rechazando la tregua selectiva de ETA en Cataluña, claro. En realidad, el Nou Camp es el lugar perfecto donde debes ir si luego quieres pasarte por una exposición o por alguna filmoteca para ver algo de Leni Riefenstahl. Se comprende todo mucho mejor. La fascinación del espectáculo deportivo. Esa orgía de las masas, esas coreografías de las muchedumbres, ¡multitudes al unísono! Inolvidable esos tifos pagados por los periódicos culés y tomados desde todas los ángulos posibles por el realizador de la TV3, tifos también institucionales, esas banderas de récord Guiness, esos himnos belicosos, ese palco en el que no falta nadie (¡y hablan del palco, estos caraduras!)

El Barcelona tuvo unas buenas relaciones con el franquismo, del que salió como el club más rico de España, con subvenciones, créditos, ayudas y recalificaciones de todos los colores; pasó por el pujlismo como la representación balompédica del volkgeist catalán y ahora, bueno, ya sabemos que ahora es el equipo del nuevo régimen de Perpiñán. Desde luego, no hay en toda Europa una entidad deportiva que tenga semejante capacidad para aprovecharse de las instituciones y, a la vez, presentarse a sí misma como un equipo alternativo, contestatario, incluso lo consiguen cuando le abren el campo a Gadafi junior por cuatro rupias. El Barcelona es una estafa y un enemigo de España. Un instrumento político para romper España mientras se aprovecha de su mercado televisivo y copa sus instituciones políticas y deportivas. ¿Hablamos de la RFEF? ¿Hablamos del plante a la Copa, del recurso a la justicia ordinaria, del cierre que nunca fue del estadio, del partido contra el Sevilla a las 00:00 (¡Qué es prepotencia! ¿Y tú me lo preguntas?
Prepotencia… eres tú), de la traición a la LFP para que siguiese Villar, de Gaspart (el que sacaba cuernos a los rivales, se reconocía uno de los Boixos Nois, y del que cuentan que llegó a pagar dinero a Henry y Karembeu para que no ficharan por el Madrid), de Arminio y sus palabras contra el Madrid, de sus arbitrajes desternillantes…

El Barcelona y Europa: niegan las copas del Madrid, pero presumen de ridículas Ferias contra la selección de Londres; han ganado su última Copa robando a todos los equipos contra los que se han enfrentado y oh, la, la, la hemeroteca de L’Equipe da fe de la compra de los dos colegiados ingleses, Ellis y Leafe, en 1960. Creo que al Madrid le anularon tres o cuatro goles en el partido de vuelta. Bueno, casi como en Tenerife II, con tres penaltis que Gracia Redondo (¡¡¡No sabes cómo jodernos, ¿no?!!!) no quiso ver. Llego a Tenerife, por donde empecé. Primas reconocidas al Tenerife, invitaciones al Gamper a los equipos (y no sé si incluso a alguno de los árbitros), condecoraciones y unas declaraciones de Luis Milla en las que confesó que le llegaron a ofrecer dinero desde el Barcelona por dejarse vencer. Milla lo denunció, pero no se investigó. Moggi no sé si llegó a tanto. Pero no hizo falta, Milla marcó un gol injustamente anulado por fuera de juego. Los años culés del dream team. El equipo más prepotente de la historia. Bruyns Slot levantando la manita, Cruyff dando lecciones al Milan de Capello (ese 4-0 en Atenas, una de las noches más felices de mi vida, cuando en el Prat se podía leer el triunfo del Barcelona, del puto Barcelona, «que prestigiaba la Copa de Europa»), cada jornada de Liga precedida de noticias en el Sport sobre el interés del Barcelona por la estrella rival. El grandísimo juego de ese equipo, que ganó una copa de Europa contra la Sampdoria de falta (Sí, lo adivinaste: injusta) y en la prórroga, comparable al de Magic, Jordan, Bird y compañía… Quien vivió esos años sabe de qué hablo. Tenían el dinero, los árbitros, la Federación, los medios, el balón y la «legitimidad futbolera» por jugar con extremos, aunque el extremo se convirtiese en carrilero al llegar a Chamartín.

Pero si alguien ha sufrido esta Leyenda Negra, si alguien fue dañado por este modo ignominioso de proceder, ese es sin duda don Santiago Bernabéu. Todavía hace pocos años, una revistilla histórica catalana, de esas que utilizan para manufacturar los mitos con los que luego comercian en los medios y en el Parlamento, contaba no sé qué miserias sobre la participación de don Santiago en la guerra. Doble mixtificación: la de la guerra civil y la del propio Real Madrid. Durante décadas, ese hombre culto, preclaro, honradísimo, cabal, deportivo y pionero tuvo que aguantar los ataques mezquinos de quien no sabe competir si no destruye. Mientras otros le ponían la insignia a Franco él se la ponia a un general israelí, ajeno al antisemitismo franquista (sí, como ahora). Años después, siguen manchando, con fanática saña, su gran obra. Por él y por la memoria de tantos aficionados, jugadores y directivos de nuestro club, es un deber responder a cada una de las falacias e insidias. No sólo defendernos, sino exigirles que expliquen tanto desafuero. Y claro, serena, pero firmemente (de nuevo lúcida, pero furiosamente) gritar con española voz: ¡PUTA BARÇA!

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Le leyenda negra

Por azares diversos, en los últimos días he tenido alguna conversación con italianos aficionados al fútbol. Lo que me llamó la atención fue la antipatía creciente hacia el Real, así lo llaman ellos. Usaban la misma propaganda que tan habitual nos resulta en España. Alarmado me dirigí a los sitios italianos de internet y lo que encontré fue más de lo mismo. Los juventinos nos odian. Capello se ha convertido en el traidor más grande de la historia de Italia y aunque parecen excusar la marcha de Thuram y Zambrotta al Barcelona, se sienten atacados por los fichajes de Emerson y Cannavaro. No merece la pena argumentar que Capello antes que juventino fue entrenador de la Roma y que lo que valió en ese traspaso vale ahora, y tampoco recordarles que Emerson es su hombre de confianza y que Cannavaro era del inter y estuvo ya a punto de firmar con Florentino (aquel verano en el que el florentinismo se unió al camachismo para realizar la peor campaña de fichajes de la historia del fútbol moderno). Es inútil porque ha prendido el antimadridismo y ya no hay nada que hacer. Le desean lo peor a Capello y por tanto a nosotros. Pero es que la cosa no se acaba aquí. Los milanistas están de uñas. Además de ser italianos son lombardos y por si fuera poco están acostumbrados a la pasta y a la impunidad que les ofrece Berlusconi y no pueden asumir el hecho de que alguien les quiera quitar a Kaká. Desde que Berlusconi llegó al Milan nadie, salvo Abramovich, que es un Berlusconi misterioso, les ha birlado un jugador. De nada sirve hacerles ver que nadie en la historia del fútbol moderno ha sido más prepotente que ellos. Y además, no les falta razón en algo, Calderón se hizo publicidad con un jugador del Milan durante las elecciones. Eso no se hace, la verdad, y no sólo supuso un engaño al socio, también una manera de enturbiar las relaciones con el club de Milanello. Si finalmente Kaká viste de blanco, el Real Madrid, y no Calderón, deberá compensar al Milan por ese desliz. Yo pagaría casi cualquier cantidad por Kaká, pero no es Zico, ni Pelé. Deberían prohibirse, en los nuevos estatutos, las promesas electorales, porque ese ardid electoral lo acaba pagando el Madrid. ¿Valía Figo 10000 millones?

Pero lo peor no es lo relatado, lo peor de todo es que entre los tiffosi ha hecho fortuna la visión del Madrid galáctico. Se nos ve como un club prepotente, inhumano, sin espíritu, lleno de mercenarios y traidores. Un Chelsea sin rigor táctico. Una mezcla ibérica del Chelsea y del Inter. Incluso ellos, que han llegado a materializar el mercadeo de jugadores en una especie de feria donde representantes y clubes contratan jugadores como reses bravas, se sienten escandalizados por nuestra política de fichajes. También para los italianos parece existir un halo de inmoralidad en todo lo que hacemos. Todos los traidores van al Real. Desde Ronaldo a Capello pasando por Kaká. Se supone que el resto de traspasos no lo mueve el dinero, la codicia o la ambición, sino alguna filantrópica fiebre. De esto tenemos la culpa nosotros pero también lo que llega de la prensa española, los cantos de la prensa más amarilla, como el AS, y la propaganda culé. El argumento de la ciudad deportiva y la recalificación ya se parece a lo de Franco, es algo así como un pecado original que nunca purgaremos. Sirvió para explicar los fichajes de Florentino, el viraje del club desde el 2000 hacia la racionalidad en la gestión, los éxitos del primer florentinismo, pero todavia se utiliza, años después, para explicar que queramos y hasta podamos fichar a Kaká. Es absurdo pensar que la recalificación ha pagado el primer equipo de Capello, el segundo que ahora comienza y, entre tanto, los fastos del centenario, los delirios de don Florentino y hasta la recomposición patrimonial. Pasarán años y todavía coleará lo de la Ciudad Deportiva. Yo recuerdo que en una de las visitas al Olimpico de Munich un gilipollas alemán nos recibió con una pancarta (que la televisión alemana enfocó durante el tiempo suficiente) en la que se leía algo asi como «Real Bankarrot» seguido de un montón de ceros. Antes de la recalificación era la deuda. Los madridistas parecemos judíos, vemos antimadridismo por todos lados, somos un poco cómicos en eso. Yo personalmente hasta encuentro sospechosos a ciertos personajes de RealMadridTV. Pero tenemos algo de razón, despertamos algunos odios irracionales y tenemos que soportar argumentos que no soporta nadie. El tema de la deuda fue explotadísimo y se nos quería tirar de la Copa de Europa por ello, luego vino lo de la recalificación, que clubes enemigos como el Bayern y el Barcelona agitaron en Europa, y ahora es el asunto de la ética en los fichajes. Nunca cesarán los argumentos en contra. Estas cosas son indignantes porque se producen situaciones absurdas: los que condecoraron a Franco y los del Atlético Aviación nos llaman franquistas; los Galliani, los juventinos y los Abramovich de turno nos acusan de falta de ética y de depredadores.

Acabado el florentinismo deberiamos ser humildísimos. Si el club entero abomina del término galáctico resulta descorazonador que Roncero siga utilizándolo. En su última columna lo leí, leí la palabra galáctico. Yo leo los artículos de Roncero en diagonal y con la expresión del alumno que observa cómo el profesor arrastra la tiza por la pizarra con sadismo. Con la cara de quien se toma, recién levantado, un zumo de tres limones y dos pomelos. No queremos galácticos, ni grandilocuencias. Utilizar esa palabra es un delito contra el Madrid. Queremos un equipo humano y jugadores con debilidades y compromiso. Queremos disfrutar del lado edificante del deporte. Estamos hartos de que en torno a nuestros futbolistas sólo se cuenten frivolidades y miserias. Nos merecemos mentiras, que nos mientan, que nos vuelvan a decir que nuestros jugadores son capaces de renunciar a una barra libre y a una orgía con modelos balcánicas por la camiseta blanca. La propaganda no nos dejará, Capello y su fútbol serán demonizados, pero nosotros no podemos contribuir a ello. Capello representa desde ya el cinismo futbolístico contra la pureza arrojada y valiente del Barcelona, aunque luego aparezcan Motta y Deco dando cera y puliendo cera, dando cera y puliendo cera… Debemos incidir en que no somos, ahora mismo, sino un equipo en reconstrucción. Ni somos el Barcelona ni el Chelsea, ni siquiera el Lyon. Debemos ser muy humildes. El diario AS está haciendo mucho daño al Madrid con ese triunfalismo grosero. Roncero, que ha demostrado ser, en contadas ocasiones, un periodista de raza, ofrece de nosotros una imagen chabacana, irreflexiva, engallada y cañí. El forofo no es así, el forofo es ciclotímico y ese optimismo es falso. La dialéctica antimadridistas-madridistas necesita un madridista ronceril, porque si no es así no se sostiene, por eso le invitan a los programas catalanes. Para los medios valencianos él es el portavoz del madridismo. Y es de comprender que El Rondo lo tenga como periodista estrella porque permite mantener vivas todas las viejas querellas contra el Madrid. ¿Pero beneficia esa postura al club? Y lo mismo sucede con la RealMadridTV. Estoy hasta los cojones de que todo lo nuestro sea «lo mejor» o «lo más grande del mundo». No me gusta que llevemos el símbolo que nos acredita como mejor club del siglo XX. Lo somos y lo sabe todo el mundo, pero ¿por qué alardear? El Barcelona, que ha evitado siempre que las camisetas españolas reflejasen el equivalente en rojigualda del scudetto y las estrellas que resumen las diez ligas italianas, y que incluso ha evitado que luzcamos en Liga las 9 copas de Europa, ha aprovechado el momento para lanzar una campaña con la Unicef. Hacen de la necesidad virtud y son sutilísimos en su maldad. Mientras nosotros lucimos publicidad y presumimos en nuestra camiseta ellos hacen altruismo. Ese va a ser el argumento.

Como Kaká no llegue al Madrid Calderón habrá mentido. Maroto y Roncero siguen hablando del fichaje, el primero tiene algo de credibilidad, el segundo ya no tiene mucha. Relaño prefiere pontificar sobre ciclismo después de haber intentado cargarse ese deporte con una serie de entrevistas a un «problemático» ex-ciclista. Siempre la pureza del deporte. Relaño hablará al final y seguro que veladamente criticará, de nuevo, la prepotencia del club. Prepotencia que él alienta dando una columna a Roncero o a Gatti. El Marca ha comenzado una vena editorial humorística que acaba resultando simpática. Pero el diario AS hace más daño que bien al club. Porque, además, cuando llegan los asuntos serios no podemos esperar mucho de ese periódico. En las elecciones no han servido más que para confundir al socio.

A mí me encanta que en España cada cual publique lo que le venga en gana. La culpa la tenemos nosotros, madridistas, por comprar ese periódico. Pero me jode que quienes han moldeado una visión falsa de la historia del fútbol español y de nuestro club se salgan con la suya y nos roncericen a todos. El club no debe contribuir a ello y debería imponer una línea de sobriedad en las presentaciones de los jugadores y en sus medios de comunicación. Ni somos ilimitadamente ricos como el Chelsea, ni poderosos, ni tenemos a las instituciones detrás como tiene el Barcelona. Dependemos sólo de nuestra capacidad de seguir fascinando a millones de personas. Francamente, eso se consigue con buenos jugadores y con una actitud de absoluta humildad. Y con un mimo exquisito al tratar nuestra historia. Somos el club más romántico y libre del futbol mundial, pero somos absolutamente inútiles a la hora de defenderlo. No hay que darles la más mínima excusa para que impongan su visión de nosotros. Yo creo que Florentino no tuvo la culpa y que, en realidad, su mensaje se malinterpretó, por un lado por la propaganda antimadridista que demoniza todo lo que hacemos y, por otro, por la euforia de nuestros lamentables «líderes de opinión». Hay una línea que separa el marketing de la agresión y deberiamos marcarla con la cal con la que señalamos el punto de penalty en el estadio.

Bueno, escribo aceleradamente y espero haberme hecho entender. Me imagino que todos vosotros habréis sentido alguna vez lo mismo que yo. Ese desconcierto y esa rabia que me produce comprobar como todo lo que hace el Madrid se menoscaba moralmente. Siempre hay algo, la deuda, la recalificación, el franquismo, la prepotencia, la forma de contratar jugadores, cuando jugamos bonito somos burlones, cuando jugamos serios somos cínicos, cuando ganamos hay una inmerecida facilidad, cuando perdemos un escarmiento divino. El madridista, como el español, debe arrastrar esa «leyenda negra», y como el judío siente siempre esa susceptibilidad a flor de piel del que se siente agredido. Salvando todas las distancias, claro. Para normalizar el club sería necesario algo más sutil e inteligente que Roncero. Aún recuerdo esas tertulias en el canal del Madrid, una cámara fija sosteniendo un largo plano de Roncero, un zoom lento, Roncero sacando con su pulgar la roña de las uñas, se dispone a hablar, el club le ha puesto a su disposición una tele para que el mundo entero conozca su visión de las cosas, va a hablar del Valencia, uf, me afecta, yo soy de allí, qué dirá, valencianistas, dice, mirando fijamente a la cámara, como un telepredicador con colesterol, queríais chinchar al Madrid, verdad, pues mira, ahora os jodéis, sin championslí, mientras hace un corte de manga, y uno siente que todo su esfuerzo por dar una imagen civilizada y amistosa del Madrid en esta hermosa ciudad se viene abajo. Hay un incendio y aparece un camión de bomberos con Gatti, Roncero y un enorme depósito de orujo.

He empezado a hablar del fútbol italiano y de nuestra relación con ellos, y con eso quiero terminar. No hay club en el mundo que les conozca mejor que nosotros y nadie que sienta más respeto por su fútbol. A Capello lo trajimos nosotros y a Maldini lo invitamos al centenario como una muestra, en mi opinión muy meritoria, de reconocimiento a un campeón que nos ha ganado siempre y al que admiramos tanto. El Madrid se ha hecho grande en duelos a muerte con los más grandes equipos de la historia del calcio. De memoria: la Juventus de Sivori y Charles, con desempate en París, la de Platini (cuando a Michel le dijo antes del penalti: tú tendrás más, yo estoy acabando), la de Lippi, sobrehormonada y supervitaminada como un equipo de super-ratones, la pareja de tango que formaron Vierchowood y Raúl, nuestro hambriento Raúl de la Colonia Marconi, el blando Madrid postValdano contra la Juve del joven Del Piero, nuestros duelos contra la Juventus de Moggi y Capello, aquel penalti fallado por Figo, aquella alineación de Makelele en Huelva; ¿Y el Inter? En los tiempos previos a la Champions League en que los equipos se pasaban décadas sin enfrentarse, nosotros jugamos durante un lustro contra el Internazionale, siempre marcaba Santillana, duelos en Uefas e incluso en Copa de Europa, y qué decir del Inter de Mazzola y Suárez, contra el envejecido Madrid de Di Stéfano, o el Milan, desde Schiaffino hasta el homenaje a Redondo de un Bernabéu puesto en pie, pasando por las humillantes derrotas contra la máquina perfecta de Sacchi y los holandeses (nunca nadie habla de la segunda eliminatoria, no obstante, con un par de arbitrajes dudosísimos); Maradona marcado por Chendo en un Bernabéu vacío donde había millonarios que pagaron por ser recogepelotas, o la Fiorentina de la final del 57, o la Roma victoriosa de Totti y Capello o aquella Lazio potentísima de los Verón, Crespo, Nesta y Nedved… Los mejores equipos de la historia del calcio han pasado la prueba definitiva del Bernabéu y allí ganó la azzurra su penúltimo campeonato mundial. Es increible que con toda esa historia detrás ahora nos puedan ver como un Chelsea cualquiera o como un lugar donde los traidores tienen fácil acomodo.

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Merenguismos

Iba a escribir algo sobre Capello, pero me considero incapaz de hacerlo sin utilizar las palabras: látigo, centurión, txistu, disciplina, dieta, doble pivote y jamón.

«Cuando despertó, Raúl González todavía estaba allí».

Ayer en EL MUNDO, Calderón promete un contrato de televisión de 150 millones de euros y hace valer la mayor cuota de pantalla del Madrid. Bien, porque además afirma que Albornoz y José Ángel Sánchez seguirán en el club. Dos noticias estupendas que garantizan, precisamente, el continuismo, el Florentinismo sin Florentino y «el modelo» corregido. Como toda buena noticia, el madridista la debe rastrear entre el texto, huyendo, un poco aturdido, del estrépito del titular.

Pero no todo es bueno. García Caridad, el fan que Van Morrison no se merece, contaba ayer que Calderón ha despedido a trabajadores que llevaban décadas en el club. Gente que ni siquiera Florentino eliminó. Más que limpieza, esto es una depuración. Ya dijimos que Calderón había dejado asomar unas maneras «sociatas» en su campaña. Eso de entrar con el machete cubano (¡oh grande vate Parrado!) en Chamartín no me gusta. El club es grande, sí es que lo es, y no vamos a dudarlo nosotros; también por sus oficinas, que han visto mucho, desde las timbas hasta las revoluciones de la mercadotecnia, desde Fernández Trigo y sus manguitos hasta la tecnología de la página web. No creo que haya habido, tan pronto, una auditoría del rendimiento. Más se parece a una purga política.

Lo dijo muy bien alguien ayer en los comentarios: algo no cuadra. Calderón dijo que gastaría unos 50 o 60 millones, descontado el importe de lo recibido por traspasos. A ver: Cesc, Robben y Kaká, contra Baptista y los saldos, los Gravesen, Pavón, García, Diogo y Helguera. Ya nos hemos pulido aquí los 90 kilos de la herencia de Florentino. Pero es que hay más. Para completar el once harán falta un central zurdo y un mediocentro machaca, pongamos Chivu y Diarra. Pero si queremos aspirar a «recuperar el espíritu de la camiseta», serán necesarios un central, un lateral, otro medio y un suplente de Ronaldo. Los cromos me salen solos: Cannavaro, Zambrotta, Emerson y Van Nilsterooy. Mijatovic puede despedazar a la Juve, a la vecchia puttana, por segunda vez. Pedja: levántale la falda y follatela con balcánico frenesí, y no te quites la perilla, monstruo, que se trata de meter miedo. Debe hacerlo Mijatovic; lo hizo en Amsterdam, en el 98, pues ahora en los despachos. Quizás sea la única manera de hacer un equipo nuevo sin necesidad de endeudarse otra vez.

Calderón debería ser tajante con el asunto del voto por correo. Dejar claro, no tanto a la afición como a los medios, que la cosa, de prosperar en los juzgados, se demoraría durante años. Desde la primera instancia hasta Estrasburgo hay un lustro, dicen. Y para entonces aún nos quedará el último recurso: la violencia. Las hordas blancas tomando la Bastilla merengue, airados sans-culottes desesperados . Estamos dispuestos a todo, cualquier cosa antes que Camacho. Pero los periodistas van a incordiar todo lo posible. Como Capello no saque pronto buenos resultados comenzarán los comentarios y las dudas sobre «la legitimidad», y los doscientos votos serán una fractura que los abellanes y los matallanes intentarán ampliar como sea. Esta puede ser la primera vez en que el Madrid viva con oposición. Lo hizo el Valencia con Roig, o el club estatutario con el elefant blau (se equivocaron de animal: el porc blau les va mejor), pero ahora, además, puede haber una judicialización de la vida madridista que obligará a los del sport a crear una sección nueva: «El Madrid en el banquillo». Lo único bueno es que mientras se proyecte la sombra de esa saca de votos por correo (que es como la saca que oculta el vapuleado cadáver de la democracia interna), Calderón se va a sentir obligado a cumplir con su promesa: los jóvenes y delicados Kaká, Cesc y Robben, esos efebos tiernos que el corrompido público de Chamartín espera ansioso, con un hilo de saliva escapando por la comisura de los labios.

Ya basta de hipocresía. Moggi es un genio. Con cuatro duros hizo el once del mundial. Al menos la defensa: Buffon, Sagnol fichado para el año próximo, Cannavaro, Thuram, Zambrotta, Vieira y Emerson. Creo que la pancarta más cínica e inteligente que se ha llevado a un campo de fútbol fue esa que se pudo ver en Delle Alpi el último día de campeonato: «El fin justifica los medios».

Los italianos juegan con suspensorios, porque tienen las pelotas como bolas de petanca. Es asombroso cómo en los mundiales las selecciones recurren a los fervorines patrióticos para motivarse. Hay una gran susceptibilidad en el Mundial. Zidane se la cogió con papel de fumar con la portada de Marca (como si no les conociese…), los negros franceses se motivaron aún más (esos futbolistas son prodigiosos: cuerpos de velocista americano y la concentración de un ajedrecista ruso) contra Luis Aragonés y es increible contemplar la manera en que se desgañitan con la Marsellesa los enfants de la patrie de segunda generación. Pero el colmo es lo de Italia: Gattuso respondió a los críticos periodistas alemanes afirmando que lo que les ocurría era que mostraban el rencor natural de saber que sus mujeres alguna vez les engañaron con italianos. Creo que para llegar al nivel de fiera determinación de un Gattuso, a ese nivel de arrojo belicoso, es necesario apelar a factores irracionales, patrióticos, providencialistas, no basta con saberse buenos y con querer ganar; se deben sentir obligados, impelidos por algún tipo de designio extrafutbolístico. Toda motivación es poca. Hay que jugar por la patria y sentirse una víctima. España va faltando al personal y claro, si los otros ya son buenos es que encima salen como toros. No conviene cabrear a Vieira porque te mata de un pollazo. En el España-Francia, Vieira saltó al campo ofendido como negro y como futbolista, y además defendía una nación jacobina y orgullosa. Xabi Alonso saltó al campo defendiendo la débil fe en una idea de fútbol que alguien ha calificado como tiki-taka. No hay color.

La selección española devalúa al futbolista español. Futbolísticamente, a España la defiende el Real Madrid (previsible anónimo: ve eligiendo en qué quieres que me cague, si en tu putísima madre o en el cornudo de tu padre). Si un chino se pone una camiseta italiana se siente capaz de entrarle a la china más guapa, si se pone la brasileña se siente, como por ensalmo, ágil y cimbreante, el primer chino con caderas. Si se pone la francesa, gallito y fatuo, chino altanero. Si se pone la alemana alcanzará adecuados niveles de productividad. ¿Y qué le pasa al chino si se pone «la roja»? ¿Acabará en un diván? ¿Será del tipo de persona que no se decide a cruzar el semáforo en ámbar, y que se queda siempre a media salida, indeciso como Casillas en un córner? ¿Será un chino bocas al que se le irá la fuerza por la boca? ¿Un chino preciosista pero ineficaz? ¿Un chino que mareará la perdiz china? Pues yo creo que algo así.

España quizás adquiera ese «saber competir» cuando consiga hacer coincidir uno de sus grandes equipos con un público a favor. ¿Qué pasaría si ese España-Francia se hubiese jugado en el Bernabéu un dos de mayo? ¿Nos ganaría Italia como ganó a Alemania en casa? No lo sabremos nunca, la Federación ha visto pasar eurocopas y mundiales desde el 82. Portugal, Suecia, Alemania, Inglaterra, Francia y alguno más han podido hacerlo en estos años. ¿Qué pasaría en un España-Italia?… Seguro que nos sabríamos favoritos, los plumillas dirían que no hay color, que tenemos taaaaanta calidad, seguro que menospreciarían el «fútbol transalpino», su horrible catenaccio, su pobreza y cobardía… Me imagino a Gattuso respondiendo al desprecio en una rueda de prensa: «Españoli, estais cagati porque los italianos nos follamos a vuestras mujeres en la costa». Nadie lo confesaria, pero seguro que todos, antes del partido, mirariamos de reojo a nuestras novias y mujeres pensando si no sería aquella vez en que ella se fue con sus amigas a Alicante, o aquella otra en Madrid, cuando uno bebió tanto y no puede recordar si aquellos amenazantes italianos macarras con pinta de espadachines lo hicieron, si ellos fueron; si quizás entonces, o alguna otra vez, sumidos todos en un íntimo eyes wide shut, españoles dudando antes del partido…

Por cierto, no está de moda, pero lo diré: Gracias Buitre, no es un adiós, es un hasta luego. Madridista ejemplar y señor de los pies a la cabeza.

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El estado de la cosa

Seré breve y, no temáis, no pontificaré sobre política. Me gustaría decir un par de cosas acerca del interminable proceso electoral de nuestro amado club. Me parece que se puede juzgar ya como un fracaso, un fracaso del propio club. En esta campaña, que es comparable a las primarias norteamericanas, no se han tratado los tres temas que a mi juicio (tan desviado como sea posible) son fundamentales, a saber: el nuevo contrato televisivo, el modelo deportivo y Raúl.

De lo primero ya hemos hablado mucho en la bitácora. Tratarlo con algo de profundidad me obligaría a meterme en política, así que no lo haré. Para algunos, poco avisados, resulta increible que una traición así se pueda consumar, pero lo evidente es que existe un asomo de duda, una intranquilidad en ciertos sectores de la masa social y no social y que no hayan sido capaces de atajarla es ya un fracaso. De Florentino se esperaba dejar zanjado ese asunto y de los candidatos una especie de consenso básico en torno al tema. ¿Qué tenemos? Un grupo de comunicación, del que se puede decir que tiene alguna relación informal con el poder, cuya salud financiera depende de una televisión que a su vez depende del producto fútbol que a su vez depende, básicamente y en medida desigual, del Barcelona y del Real Madrid. Bien, el club estatutario ya ha optado por Media Pro (y ni siquiera a ellos les va a ser fácil) y eso ha tenido un pronto reflejo en la cotización del grupo (los inversores en bolsa no leen el AS) al que, por costumbre, llamaremos PFFR , acrónimo que suena como una ventosidad y que remite al «poder fáctico fácilmente reconocible». Si Aznar no se atrevió a mencionarlo quizá seamos injustos exigiendo heroricidades a Baldasano. La situación es que pffr depende, en buena medida, del contrato televisivo del Real Madrid, pero no está dispuesta a apoquinar la tela que alegremente ofrece Media Pro. Si uno se dirige a los medios de comunicación no encuentra más que silencio o tabú (que es silencio más miedo). En el club hay un vacío de poder que los candidatos deberían haber ocupado. Nadie duda de su integridad y honor (aunque de alguno de ellos, de uno, al menos, caben ciertas dudas si por su panorama aparece una sota de bastos o un as. Por cierto, el diario AS, que para mi siempre remitió al as deportivo, la estrella del deporte, el fenómeno, cada vez recuerda más a esa otra acepción, tan mancebiana, del as en la manga), es más bien una mirada pesimista sobre la condición humana, impersonal, un pesimismo rousseauniano, de quien se hace mayor. Convendréis conmigo en que, en cualquier caso, el proceso electoral no arroja certeza alguna. Eso, a mi entender, es ya un fracaso.

Vamos con otro asunto. El de Raúl. O Raúl como problema. El Madrid tiene en su plantilla (y lo que es peor, en su vestuario), de resultas de la alianza entre el florentinismo y el carvajalismo, un jugador con aura de mito, con un rendimiento entre nulo y negativo y con un contrato hasta el 2010 que sería exagerado en cualquiera que no se llamase Kaká o Ronaldinho, pero que siendo suyo resulta desproporcionado. El derecho laboral protege al trabajador y Raúl, con una sutileza desconocida en él, ya ha dejado caer que no se le pasa por la cabeza renunciar al contrato. Estoy convencido que todos esos periodistas y aficionados histéricos que al plantearse la renovación del siete amenazaron a Florentino con huelgas, manifestaciones, autolesiones, harakiris, bajas en el club y cosas semejantes no habrán aprendido nada y volverán a dar la lata cuando, por ejemplo, el representante de Sergio Ramos, que para entonces ya no será su hermano René (llamarte René Ramos es nacer con nombre artístico) sino el ubicuo Ginés, nuestro Jerry Maguire, afirme convencido que Roman Abramovich está prendado con el chico. Según los periodistas, Raúl se entrega y lucha y le debemos tanto… de eso participan los propios aficionados, que parecen no comprender que su papel exige ser cruel y un poco olvidadizo. Los sentimentales que se vayan al cine, coño. Raúl no asume su edad ni su declive. Creo que con Raúl hemos cometido un error. Está bien que el futbolista ordene su vida, que siente la cabeza, que asegure su futuro, pero sin pasarse. Raúl ya no es un futbolista, es un inversor inmobiliario con familia numerosa que una vez a la semana juega al fútbol. O mejor: corre en un campo de fútbol y sólo esporadicamente entra en contacto con el balón, a menudo tarde. Es cruel, me estoy odiando mientras escribo esto, pero Raúl sobra, y su presencia será un problema, como lo está siendo en la selección. Hay algo odioso en un millonario de treinta años haciendo pucheros. El club necesita una postura fuerte al respecto. Hace unos meses había un cierto acuerdo en torno a la idea de que sobraban todos. Una clamorosa indignación que se ha ido diluyendo. No basta con dudar del rendimiento de Michel Salgado, es necesario odiar a Michel Salgado.

Y el tercer y fundamental fracaso, el gran fracaso y la gran decepción ha sido lo deportivo. Nadie ha sido lo suficientemente claro al respecto de un asunto fundamental que explica nuestros descalabros recientes: el balón, su posesión. A riesgo de ponerme valdanista, creo que un club debe dejar clara una «filosofía» del juego. Su filosofía. Antes de apostar por un entrenador, o por un esquema organizativo, hay que dejar claro a qué se quiere jugar. Porque esto es tan importante como definir qué producto se quiere ofrecer al público. ¿Cómo se puede saltar de Wenger a Lippi? ¿Somos los Lakers del show time o los bad boys de Detroit? (como veréis, mis conocimientos baloncestísticos terminan donde empieza la televisión de pago). Hagamos un repaso a los candidatos: Calderón parece decantarse por Capello; Villar Mir, en un alarde de bipolaridad, por Wenger, y luego por Lippi o el mismo Capello; Sanz por Del Bosque, lo que nos remite a la candidatura de Palacios, donde se nos ofrece también al salmantino. ¿Garantiza Del Bosque la posesión? Pues lo dudo. Cuando tuvo que decidir fichó a Flavio Conceiçao, que es uno de los peores jugadores que he visto en mi vida. Incluso fue responsable de perpetrar uno de los mayores atentados al juego que se recuerdan en Chamartín, cuando se inventó un doble pivote con Flavio y Makelele, que se movían por el campo como esas células que, al asomarnos al microscopio, continuamente chocan y se repelen, un tropismo propio de organismos poco desarrollados, que no es lo que uno espera en un mediocentro. Y por esa línea van los tiros, pues en esa candidatura se habla de Emerson y Diarra. Tampoco conviene olvidar que Camacho renunció a Xabi Alonso y con él a todo lo que este fenomenal jugador puede ofrecer. De Baldasano no sé gran cosa.

Es decir, que ninguna de las candidaturas ha centrado su propuesta deportiva, de una forma clara, en torno al balón. Los deportes que se juegan con una pelota tienen su origen en la imitación humana de la lucha divina por la posesión del sol. Los dioses luchaban por dominar el sol y los hombres, ansiosos por ocupar en algo el aburrido lapso de tiempo que luego llamarían «tarde del domingo», se pusieron a imitarlos. Se trataba de tener el sol, de dominarlo cuanto fuera posible. No parece que los antiguos dioses fueran italianos. En algún momento funesto de la historia, los ingleses, raza utilitaria y triste, inventaron las porterías, desarrollando una variante aérea y urgente del viejo rito. De esa forma vulgarísima había surgido el deporte. Luego inventaron el marcador (en algunos campos de segunda B todavía se conservan vestigios de los primeros marcadores; rebautizados cursimente como «luminosos») y luego inventaron los trofeos, y el deporte se hizo enfermizamente calculador. Los trofeos elevaron esa manía de contar, ese cuantitativismo feroz, a lo absoluto, y así nosotros somos más y mejores porque tenemos más títulos que los demás. Bien, eso crea mucha ansiedad. Creo, a riesgo de pecar de valdanista (en estas cuestiones estoy siempre andando por la cuerda floja del valdanismo tratando de no caer en el discurso de Cappa. Por cierto, el izquierdismo de salón sólo acierta de pleno en el fútbol: hay que ser futbolísticamente de izquierdas, como este Cappa, que parece uno de los Los Luthiers o, mejor incluso, como Menotti, el cantautor de los banquillos), decía que… ya no me acuerdo de lo que decía, creo que hay que subvertir la tendencia de este deporte. Desde su inicio se ha ido alejando de su versión primera. Quizá por eso, cuando vemos a un equipo teniendo el balón disfrutamos, quizás el deporte encuentre algo transcendente al olvidarse de la portería, al buscarla, al menos, de un modo indirecto. El fútbol es juego, sobre todo, cuando aparece el balón. Con el balón se juega, sin el balón aparece la estrategia, otra cosa, muy necesaria y también atractiva, pero no tanto y no de forma tan universal, tan alegre y contagiosa como cuando un equipo abre el campo, pasa, regatea, se olvida del resultado y tiene el esférico, domina un poco el mundo y el tiempo desaparece de la pantalla del televisor. Nike nos ha avanzado el mundial con una exigencia: jogar bonito. Pocas veces una marca nos da ordenes y se pone exigente. Es un imperativo que a nike le servirá para vender zapatillas. Hay que acabar con el cinismo intolerable de los tramposos y de los cicateros, hay que disfrutar alegremente de la vida, nos dicen. El Madrid, que es un club de extremos y ciclotímico, exige radicalidades. Sucede, además, que por alguna razón, suelen ganar quienes juegan un fútbol bonito. El futbol es bastante libre. No ha acotado el espacio (aunque el achique, otra perversión valdanista, o el fuera de juego, han creado zonas de vacío y tensiones invisibles en el terreno de juego) y tampoco ha limitado las posesiones. En baloncesto o balonmano es necesario dar una forma rápida a la jugada, tanto que las jugadas a veces parecen evacuarse, en otros deportes hay redes que dividen el campo, pero en fútbol hay una gran pradera que es un entero universo, un esférico y pocas reglas más. Parece que sólo hay que jugar de una cierta manera, pero no es así. El fútbol es el único terreno donde algunos admitiremos una revolución. Porque hay espacio y minutos para ello. Y porque las posibilidades que ofrecen los pies son ilimitadas (sirvan como ejemplo las felicitaciones de navidad de artis muti o el fetichismo erótico y las posibilidades masturbatorias de los pies). Por cierto, se me hace tarde, pero este mundial parece imponer otro esquema, el 4-3-3. El fútbol tienen tendencias, y el mundial es la gran pasarela. En años pasados, los entrenadores (esos diseñadores anticuadamente heterosexuales) ofrecieron el aburrido estilismo del 4-2-3-1. Se puede cambiar. Busquemos un entrenador artístico e independiente, un poco loco. ¿Un Cruyff? Sí, sí, por ahí van los tiros.

En resumen, que en esta cosa de la «filosofia» de club vamos de cráneo, como en todo lo demás. Las elecciones están evidenciando que el modelo de club es anacrónico y amateur. Está bien que lo conserven el Barcelona o el Athletic, porque ellos son la expresión balompédica de un Pueblo. Son clubes con una misión histórica. Pero nosotros sólo somos un equipo de fútbol que no puede pararse y admitir injerencias cada cuatro años. El modelo se justifica por la independencia. Veremos en unos días hasta qué punto podemos ser independientes. Bueno, ya hablaremos de eso. Es difícil que los socios, que son los propietarios, renuncien a la propiedad de algo tan valioso, pero resulta algo surrealista que una de las principales marcas del país elija a sus administradores de entre un grupo de individuos semejante. La masa social no ofrece nada mejor que estos señores. He aquí otro fracaso (por cierto, no me resisto: va a ser divertido comprobar cómo algunos medios critican la baja participación del aficionado madridista cuando consideran suficiente un porcentaje del 49% para un referendum que sacude el ordenamiento jurídico. Sobre todo si consideramos que no hay partido, que el madridista no tiene un colegio electoral en cada esquina y que, en algunos casos, el socio madridista vive a mucha distancia de ese kilómetro cero del madridismo que es el Bernabéu. Quienes pretenden acabar con el voto por correo pretenden reducir el proceso electoral a las encuentas de AS).

Pase lo que pase, no nos queda más que aceptarlo y seguir queriendo a nuestro Real Madrid, nuestro viejo e ineficiente Madrid.

(Me despido de vosotros por unos días. Cualquiera que sea asiduo de la página habrá podido comprobar que yo parezco habitar en ella. Por muy estimulante que resulte discutir con nazionalistas -un poco como Bud Spencer luchaba con los malos es sus películas, solo y a cara descubierta, dando hostias inofensivas a mano abierta, como de comic: paf, pow, pum… mientras Terence Hill, el socio, persigue a alguna rubia- tengo una vida, o algo así, que me espera encogiéndose de hombros y señalando el reloj con evidente urgencia. Nos leemos. Si alguien se pregunta por la razón de este «hasta luego», le diré que así me convenzo a mí mismo. Cualquiera que haya tenido experiencia con adicciones sabrá que esos trucos psicológicos son necesarios antes de pasar a mayores)

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Las elecciones merengues: Una toma de postura frívola a fuer de ultramadridista

Uno de los aspectos más interesantes de este proceso electoral es el gran número de cruces entre candidaturas. Estas elecciones son un gran culebrón. Para empezar, salta a la vista que todos los integrantes de la candidatura de Palacios han formado parte del proyecto Floren. Casi todos. Es curioso que Camacho, Del Bosque, García Remón y Fernández Tapias formen parte de un proyecto de ruptura (o eso dicen) y que aquello de lo que quieren huir sea: a) un proyecto acabado, pues su impulsor se fue, b) un proyecto del que ellos formaron parte y c) un proyecto del que ellos formaron parte voluntariamente. Fefé fue vicepresidente durante todo el florentinismo y casi casi su Arias Salgado (lo fue Martín y podría forzar la comparación hasta el final), Camacho fue baza electoral (también tiene una historia con Sanz de idéntico final), García Remón aceptó ser entrenador y Del Bosque lo fue y lo hubiese seguido siendo de haber accedido Florentino a pagarle el desproporcionado e inmerecido sueldo que reclamaba. No dedicaré una línea más a Vicente del Bosque, sólo diré que, a mi entender, Julio César Iglesias se equivocó escogiendo el apodo de Butragueño. «El Buitre», el verdadero buitre del Madrid es Del Bosque y no ese delantero vegetariano. Emilio Butragueño es el primer delantero zen. En su manera de cernirse sobre el area, en su sigilo y en su apellido había un buitre (en ese comportamiento a la vez sanguinario y respetuoso con el entorno y en su letal regularidad existía un buitre, pero el Buitre posterior no tiene nada de rapaz y ya no podemos acordarnos del otro, pues sobre nuestro recuerdo del mito del área se ha solapadado el del ejecutivo con pinta de faquir), pero el comportamiento carroñero por excelencia es el de Del Bosque. (Por cierto, abro paréntesis y no sé cuándo lo cerraré. Una de las cosas que está evidenciando este proceso electoral es la desconsoladora obsesión por volver al pasado. En los noventa volvimos a los ochenta, y ahora volvemos a los noventa. Hay dos grandes corrientes renovadoras en el Madrid de los tiempos de crisis: la de recurrir a quienes nos ganaron, a Petrovic, a los milanistas, a Wenger… o la más habitual, por cómoda, de volver a escarbar en el pasado con algo que no es nostalgia. Villar Mir tuvo el detalle caballeroso de denominar a la candidatura de Palacios como nostálgica. No lo es. En la nostalgia hay algo dulce, amable. En la manera que tiene el Madrid de rebuscar en su pasado hay algo obsesivo y enfermizo, algo sistemático. Ese Madrid es retrógrado, reaccionario. Una de las consecuencias de ese revival permanente es el agotamiento de nuestros viejos ídolos. Butragueño y Camacho, entre otros, han perdido su aura de mitos (es curioso que los mitos se suelan invertir cuando se humanizan). El pasado deja de ser útil para el futuro y además pierde todo su encanto como remembranza. Sobre la otra solución en tiempos de crisis, la de acudir al anemigo, no cabe más que lamentar nuestra impotencia actual: somos incapaces, como club, de seducir a Wenger. Llevamos una década contoneándonos ante el elegante francés y ya damos pena. Una hermosa ciudad, dinero, un estadio legendario, una ciudad deportiva que es… sí, lo diré: «la más grande del mundo» y una afición mayor que la población de cualquier estado europeo. Pero hay algo en el modo de funcionamiento del club, en lo estructural, algo institucional que nos ha hecho perder atractivo. No parece que en el Arsenal pueda aparece un Martínez Laredo inglés acaparando noticias y amenazando con paralizar la marcha del club, por ejemplo. Y no parece posible porque, entre otras cosas, un Martínez Laredo inglés debe de ser como el secundario anciano de Benny Hill.

La Joan Collins del culebrón o el Carlos Mata es Lorenzo Sanz. Repasemos: fue presidente de todo el cuerpo técnico de Palacios, fue Presidente del mismo Palacios, fichó al líder deportivo de la candidatura de Calderón, compartió junta con Villar Mir en tiempos de Mendoza y formó junto a Baldasano un duo cómico en las últimas elecciones. Pero la relación que me resulta más interesante es la que tiene (o mejor, la que no tiene) con Calderón. Calderón es algo así como el negativo de Sanz. Durante los años noventa, fue lo más parecido a una oposición en nuestro club, ni siquiera una oposición, una voz crítica. Inolvidables esos programas junto a García, auténticos seminarios sobre el concepto de «quiebra técnica». Algunos tuvimos pesadillas con el contrato de Dorna: prerrogativas feudales, fáusticos compromisos publicitarios, cláusulas leoninas casi medievales. Calderón hizo de aguafiestas oficial en tiempos en que no había más que la salmodia talibanesca del Butano, el carisma cegador de Mendoza y las maniobras de su aparatchik en las peñas, don Lorenzo Sanz Mancebo. Cuando Sanz fue felizmente desalojado, entonces Calderón pasó, al poco tiempo, a formar parte de la junta de Florentino. Esa es una de las líneas fronterizas del madridismo: Calderón versus Sanz. El primero ha sido uno de los pocos madridistas que ha interpretado las cuentas para el socio, con rigor, lo hizo en tiempos de Mendoza, de Sanz, y ha sido el único en hacerlo al irse Florentino (en irse, por cierto, a la francesa). El segundo se ha caracterizado por arrojar todas las sombras posibles sobre el estado financiero de «la sociedad» (dicho siempre con un deje amenazadoramente castizo entre Tony Leblanc y Joe Pesci). Sanz, además, ofrece la impresión de padecer una disfunción neuronal que le impide asimilar la importancia del concepto «equilibrio presupuestario». Mantiene una relación posmoderna y libre con la Verdad y es a la lógica lo que Zapatero al derecho constitucional. Pero eso ya lo sabemos desde hace tiempo. Personalmente, he descubierto cosas nuevas en él durante estos días. Fue reveladora la presentación de su campaña. No había nadie, ni junta, ni lema ni efectos. Un cartel de fondo y su rotunda presencia, en toda su animalidad mediática. Sanz ha emprendido una cruzada personal contra el marketing y no piensa recurrir a tan fácil artimaña en toda la campaña, imagino que para ser consecuente. Ya sabíamos que se ciscaba en el management, la ortodoxia financiera y la gramática, pero ahora la ha tomado con la mercadotecnia, la publicidad y China. En realidad, de una forma cómica y paradójica, Sanz es un no-global. Es un antisistema, pero de otro tipo. Y es mas paradójico aún cuando uno considera que en él hay algo de virtualidad: le votaron treinta personas (cuando tiene casi tantos vástagos, un poco a lo Ruiz Mateos por cierto, gemelos sucesivos) y sin embargo aparece en las encuestas con porcentajes de voto asombrosos (hay que recordar que Sanz nunca ganó unas elecciones) y tiene una presencia abrumadora en los medios de comunicación. Creo que Sanz es, pese a su rechazo de todas estas cuestiones, un invento mediático. Su candidatura es puramente virtual. Es muy moderno Sanz, a su pesar.

Pero como es un personaje inagotable, en su presentación dejó otro pedazo de sí mismo, generoso y torrencial Mancebo. Cuando expuso ante los medios su programa (me doy cuenta de cuánto hay de exageración en esta última frase), adoptó una postura extrañísima que llamó mi atención pero que sólo más tarde pude comprender. Con unos papeles en las manos, a la altura de la mesa, se mantenía rígido, tenso, con el cuello recto, la cabeza algo agachada pero mirando hacia arriba, deslizando sus dos ojilos oscuros y recelosos de izquierda a derecha, como un periscopio, pero sin mover ni la cabeza ni el cuello, rápidamente, como si temiese dejar un flanco descubierto de si mismo. Una postura llena de tensión, alerta, desconfiada. Y es que Sanz hablaba y miraba como buscando al pardillo. Sí, Sanz hablaba y miraba como si estuviese jugando a las cartas. Los flashes y la expectativa le pusieron algo nervioso y afloró la postura vigilante del que busca los gestos de los rivales mientras se agarra a las cartas. La posición de alerta del timbero. La rueda de prensa se convirtió en una gran timba de póquer y los periodistas podían tener ases en la manga. Esa mirada recelosa de quien se juega la vida en una mano (con el subrayado lúgubre de sus ojeras de nosferatu) es suficientemente reveladora. No necesito sentencias judiciales, con esos segundos de televisión me sobra para darme cuenta de que si Sanz ha sido capaz de interiorizar el póquer hasta ese punto es que no sólo lo ha jugado con garbanzos.

Este comentario está adquiriendo las proporciones épicas y verborreicas de un discurso de Castro, así que voy acabando. De Baldasano sólo sé lo que pude adivinar en un minuto de televisión donde se anunciaba la presentación de su candidatura. Me parece que Baldasano es un individuo de una delgadez inquietante. Tiene un aspecto carencial. Sin duda sería un buen presidente en un mundo paralelo en el que todos fuésemos tísicos y postbélicamente feos. Hay una delgadez ejemplarizante propia de los ricos, la de Botín, cuando el rico es muy rico se amojama y se hace todo cálculo especulativo y espíritu, pero lo de Baldasano es otra cosa. No tengo nada en contra de él, pero tampoco parece muy brillante prometer a Eriksson (abro paréntesis: la decadencia se demuestra, también, en los nombres que suenan. Pura marginalidad. Los grandes tienen contratos en vigor, parcelas definidas y trabajo por delante. Por otro lado, hay un gran número de notables individuos que tienen una cierta relación con el club que no aparecen: desde Amancio hasta Benítez, pasando por Valdano). De Calderón ya he hablado, sólo añadiré que siempre pensé, en relación con él, que su independencia era el tipo de independencia fronteriza con la irrelevancia. Los rumores sobre el asunto de Polanco parecen corroborar que existe (al menos en España) una relación inversa entre independencia y notoriedad (dos notas: Primero: Ahora entiendo la insistencia arrogante de Mir en subrayar su independencia cuando le entrevistaron en la Ser, ante las negativas reiteradas de De la Morena, para el que la independencia es un estado utópico o transmundano, un nirvana de la vida social, un imposible. Segundo: ¿Tendrá Polanco su particular Rosebud?). De Palacios no puedo decir nada que no sea televisivamente frívolo: no me gustan sus relojes. No me gustan los relojes en general (y no le veo viabilidad a su negocio: en un mundo en el que todo individuo tiene un móvil no sé cuánto le queda al reloj de pulsera, a ese pulso temporal a la altura del pulso cardial), pero sus relojes me gustan aún menos. Venden una sofisticación popular y barata que no le pega al Madrid. Yo quiero Rolex o un swatch. Además, el suyo es un gremio con adagio: Palacios no debería ser del todo insensible a la frase, tan futbolera, de «aquí el más tonto hace relojes». Hay otra cosa en Palacios… ese aspecto de galán añoso ha de incomodar a quienes, como yo, somos galanes en la flor de la vida. Nos dice cómo seremos de mayores. Sin embargo, y para ser justo, aprecio mucho la inclusión en su candidatura del juicioso Sánchez Cámara y de Gerardo González, el archienemigo de Villar que no puede sino hacer empeorar nuestra relación con el estamento arbitral y federativo. Es una candidatura que gana por acumulación. Son parte del establishment futbolero madrileño y enemigos temibles.

Acabaré con Villar Mir Y Sainz. Son mis preferidos. La razón está en su página web, en sus curriculum concretamente, ambos disponibles en pdf. No hace falta decir más. Glosaré, eso sí, lo que de revolucionario tiene su propuesta. No sólo la audacia de trasplantar el manager británico al secarral madrileño, también la de ofrecer la primera posibilidad de presidencia bicefálica en un club tradicionalmente cesarista (tradicionalmente unicéfalo y hasta hidrocéfalo). Esa relación será una brecha que la prensa deportiva (nuestra prensa amarilla; asexuada, infantiloide y sólo aparentemente despolitizada, pero ictéricamente amarilla) tratará de tener abierta. En la Ser, Villar Mir fue algo contradictorio al sostener que el mando eficaz sólo puede ser el mando único y Carlos Sainz fue escandalosamente descortés al afirmar que esta candidatura era un escalón intermedio antes de ser presidente (no sé cómo afectará su legendaria condición de gafe a la esperanza de vida del señor Villar Mir. Me lo veo de presidente matusalémico).

Antes de terminar (y si alguien ha aguantado: gracias de todo corazón), con Florentino se marchó la metafísica. Ya no hay espíritu, ni valores, ni grandiosidad, ni orbe. El Madrid se ha hecho pequeñito, pequeñito, una corrala. Se acabó el esencialismo. Ni siquiera se destaca el liderazgo, algo consustancial al Madrid. En eso hay estupidez y traición a partes iguales. Calderón nos dice que fichemos, por fin, lo que sintamos, Mir destaca la palabra equipo (que entre la tesis del continuismo y la antítesis contrahecha del rupturismo se adivina como la síntesis más adecuada); Palacios ofrece una variedad lujuriosa de formas distintas de rencor y Baldasano promete vibraciones (escalofrios no, vibraciones). Sentimientos, vibraciones… Todos parecen querer satisfacer al socio. ¡Quién fuera socio!

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Zidane

Estoy bastante cansado de Zidane, no llego al punto del socio, que es un poco hereje, pero reconozco que el homenaje no me ha emocionado. Es una cuestión personal. Creo que es un pelín forzado. Y redundante. Pero no inmerecido. Me explico. Es redundante porque con Zidane ha habido un reconocimiento diario y constante desde que llegó. Salvo un plumilla bizco y dos o tres psicópatas del Sport, lo de Zidane se celebró desde el principio como un hecho histórico que cerraba el círculo y lo emparentaba, a los 50 años de la primera copa de Europa y en pleno centenario, con Di Stéfano, medio siglo después de la llegada del otro calvo mítico (nuestra historia es una sucesión de cogotes despejados, porque hay que acordarse de Pirri). Pero desde el comienzo (obviaremos por higiene mental las dudas generadas al inicio por ciertos, digamos, periodistas) cada control fue celebrado con unánime algarabía. Zidane, como sus compañeros de nave espacial, fueron sometidos por Florentino a una sobreexplotación. El Marketing ha extendido el club por el mundo pero ha tenido un efecto extraño en quienes vivimos en España: ha intensificado nuestra atención, toda la fuerza del marketing se extendía fuera de España, pero aquí, como ya no podía crecer más, profundizaba en nuestras psiques hasta lo obsesivo. Gento y Puskas fueron soportables porque se les veía muy de vez en cuando. Sus hazañas eran un poco imaginarias. He visto el gol de Glasgow más de cien veces. Todavía hay algo paranormal en el efecto del balón, como una energía o una imantación que dirigía la pelota, pero en mi caso es la primera vez que la reproducción técnica ad infinitum supera el recuerdo. Yo no recuerdo que sentí entonces (aunque me lo puedo imaginar), sí que recuerdo el primer gol de la final, pero en mi memoria lo de Zidane se ha convertido en la repetición obsesiva del «¡qué difícil y qué bonito, qué difícil y qué bonito!» de José Ángel de la Casa. Es más, yo he comenzado a abismarme en esa única jugada y a analizar las caras y los gestos de los aficionados en las localidades de Hampdem Park, de modo que miro el más allá de la imagen y lo que aparece oculto y busco la emoción en cada uno de los aficionados, la emoción y el asombro que ya no encuentro en mí.

Y creo que además hay en nosotros una cierta exageración porque no queremos repetir lo de Hierro y porque ya nos olemos que con Raúl la cosa acabará mal y porque, además, del repoker de balones de oro sólo Zidane nos va a dar la oportunidad de sellar la relación. El homenaje es promesa, es rendición y es veneración y eso exige fidelidad y un respeto que vaya más allá de lo futbolístico. Queremos que Zidane integre esa mitología de niños buenos y honrados padres de familia del madridismo en la que Ronaldo no podrá estar. Tampoco creo que lo desee, ojo.

Y es absolutamente merecido, claro está, porque Zidane nos ha dado la Copa de Europa y además, y sobre todo, la hegemonía estética de este deporte. Ronaldinho es muy bueno, pero es un jugador infantil, o a mí me lo parece. Zidane ha tenido maneras taurinas. Finalmente ha tenido vergüenza torera, que es una predisposición orgullosa ante las cosas que se echa de menos en los futbolistas, un amor por la profesión y un elevado sentido de la dignidad (el fútbol como vocación, a lo que contribuye su tonsura y su aparente ascetismo). Pero además ha sido taurino en los movimientos. Cuanto mejor es un torero más lento torea y esa sensación de pausa daba Zidane. Cuando asomaba el balón por su espalda amagando el pase a Roberto Carlos me parecía que podría estar perfectamente portando una muleta. Todo lo futbolístico ya se ha dicho y además yo no sé de fútbol. Yo no sé qué habría sido de su juego y de nosotros de haber podido estar más centrado y más cerca del área. Del Bosque consiguió la cohabitación de egos y una parcelación inteligente que dejaba a Zidane una diagonal llena de alternativas. No sé, recuerdo su control orientado y posterior centro desde la banda izquierda en un partido contra el Dépor en Chamartín o su gol contra el mismo equipo o la vaselina lacrimeante y milagrosa contra Bonano o el regate a Baraja o el choteo de requiebros contra el Bayern, que andaba impotente con su juego fabril y fordista frente el tuya-mía de Guti y Zidane, diálogo de hermosura y absoluta individualización ante las embestidas idénticas de los Geremies y Hargreaves. Reconozcamos que la volea de Glasgow hizo justicia porque Zidane amenazaba con quedarse en un futbolista sólo artístico por esa tendencia a volver sobre sus pasos para burlar al defensa. A veces, el medio segundo que ganaba su control se perdía por intentar una finta más. Cada vez más los futbolistas se parecen a sus imitaciones de los videojuegos. Yo tengo la sensación de que juegan encarrilados. Hay demasiada potencia. Zidane nos libraba de la rigidez y del aburrimiento de la velocidad y de la verticalidad anodina para ofrecernos una rapidez distinta, intuitiva y técnica, de movimientos limpios, personales y totalizadores, pues abarcaban los 360 grados. El campo rotaba en torno a Zidane (un poco a lo Matrix; Zidane era multidimensional mientras Roberto Carlos, doblando por la banda, era unidimensional) y él mismo no dudó en rotar sobre sí mismo cuando fue menester, como en ese gol que nunca subió en Valladolid, ya en tiempos de decadencia.

Como yo ya no soy un niño no puedo disfrutar con Ronaldinho, que es la Máscara pero más feo. Los malabaristas son seres tristes y ambulantes que actuan entre los payasos y los domadores: Zidane no ha sido un jugador imitando a una foca, intentando un control con la nariz, sino lo más parecido que ha dado el fútbol a un bailarín. Ronaldinho es capaz de hacer muchas cosas con el balón, Zidane era capaz de adoptar muchas posturas ante el balón, el balón llegaba y en función del grado de amelonamiento que el balón de Makelele presentase él adoptaba una u otra posición, y luego, ya controlado, vivo el balón, añadido un valor a la jugada, enriquecida, no hacía gran cosa con él sino a su alrededor. Creo que esa es la diferencia. Se diferencia de Nedved (el hecho de que la Juve haya ganado lo mismo con Nedved que con Zizou demuestra hasta qué punto es un equipo mezquino) porque acaba con la geometrización y el encarrilamiento tacticista y de Ronaldinho porque no hace malabarismos con el balón, sino que baila, burla, finta en torno a él. Y así se explica que llegase a regatear alguna vez sin tocar el balón, que es arte sumo del futbolista y a la vez su final y negación. Zidane no es un vulgar malabarista y por eso es un futbolista para señores y no para niños. Es decir, un jugador para la madurez ya casi posthistórica del madridismo en el centenario, para el non plus ultra, para el fin de siglo, la novena y el acabose de Glasgow frente a la puerilidad ridícula de otros clubes.

Por lo demás, un tipo de comportamiento inobjetable; si acaso podemos reprocharle una cierta frialdad y su mutismo, porque unido a la incapacidad para lo verbal de Hierro y Raúl y a las dificultades ya parece que absolutamente insuperables de Beckham con el español, nos ha abandonado a las salidas de Roberto Carlos, que es como un cómico de sala de fiestas cutre al que ya nadie rie los chistes.

Otra cosa. Para el próximo homenaje, el técnico en mosaicos del club debería tener en cuenta que de lo que se trata es de componer un dibujo a partir de la unión de todas las cartulinas. Es una idea simple: si todos hacemos nuestro cometido y levantamos el enigmático pedazo de papel abandonado en nuestra localidad luego, como por ensalmo, eso conforma una única figura en el estadio que da sentido al acto más bien ridículo de levantar un papel al aire. La unión de los esfuerzos individuales conforma un mensaje coherente y único de la masa. Lo que individualmente carece de sentido acaba siendo un acto de comunicación. Pero no aspiro a que acaben entendiéndolo. El Bernabéu no tiene ese comportamiento gregario y no se manifiesta como masa o lo hace difícilmente. Aquí hacen lo contrario: estampan un dibujo en cada cartulina de modo que el acto individual acaba en solipsismo y los 85.000 socios convierten su gesto en algo absolutamente inútil porque ellos leen el mensaje de su cartulina pero no lo forman como masa y no le llega al destinatario. No se trata de decir «adiós, zizou» 85.000 veces sino de decirlo masivamente una sola vez. La masa no se comunica con Zidane y no emite ninguna señal, salvo la ya habitual mancha difusa y blancuzca en la que acaba cualquier tentativa de tifo en nuestro estadio. De todos modos, puede que en esa incapacidad haya una virtud encerrada. La insumisión del madridismo a aparecer como una masa organizada, homogénea y dirigible, por lo que eso tiene de terrorífico.

Por cierto, lo de TVMIX me ha hecho pensar en lo absurdo que resulta que veamos a nuestro club narrado por chinos a través de Internet. Florentino lo ha conseguido. Como no pienso dar un duro a Polanco y como no me motiva bajarme al bar para ver a Raúl correr en la dirección opuesta (Raúl, en el colmo del engaño, corre hacia fuera, en dirección a la grada, corre como un poseso hacia la banda o el córner para sacar pronto, aunque luego, una vez sacada la pelota, todo vuelva a la clama chicha habitual) me resignaré a la sinilogización (perdón por el palabro) de nuestro Madrid. He vivido el final del florentinismo por un canal chino como un chino más, igual de ajeno, pero con unos minutos de retraso. Minutos preciosos que hacen que uno pierda la emoción.

(Nota del socio: Estos son los hermanos de Zidane. Flipante.)

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