…«Ramón, ¿tú qué opinas del Madrit?»
Por DeSqueran
Aunque la labor periodística debería realizarse de forma objetiva, la prensa deportiva lleva desde los años 90, que yo recuerde, imponiendo su propio discurso. Pero, ojo: ese discurso fue, en su día, racionalista. “La Furia Española es la nada”, decía Valdano. Y tenía razón, al menos en parte: la “Furia” no es un plan de juego, sino sólo una actitud. Esa gente, los menottis, valdanos y segurolas, fueron más allá del “fútbol es fútbol”, “en el fútbol está todo inventado” y del resultadismo intelectualmente zafio de, por ejemplo, Clemente. Dejaron obsoleto a Jose María García, el mafioso hegemónico en el periodismo deportivo español (y lo sustituyó De la Morena, lo que tampoco fue ningún avance).
Sostuvieron que “jugar bien” da resultados. Explicaron -confusamente, por cierto- que la relación entre el juego y los goles no es arbitraria. Racionalizaron el fútbol, y empezaron a analizarlo, aunque fuera rudimentariamente: recuerdo “El día después”, con Valdano y el mismísimo Michael Robinson en su sección “Atocha”, donde mostraba la estrategia y la táctica de los equipos. Hoy todo aquello nos parece paleolítico, pero fue una novedad. Incluso mejoraron las realizaciones televisivas, permitiendo apreciar mucho mejor el juego. El paradigma que todo aquel discurso necesitaba fue, por supuesto, la Farça de Cruyff. Hubo un penalti fallado por Djukic, una prima al Valencia y, sobre todo, dos arbitrajes escandalosos en Tenerife. La Prensa prisaica, justo es reconocerlo, habló de aquello. Que yo recuerde, no lo tapó. Después, llegó Valdano al Madrid, y el Madrid heredó el apoyo de PRISA; al menos, durante un año.
Con el tiempo, aquel discurso se ha ido radicalizando. Las sombras deportivas (y extra-deportivas) del Farça de Cruyff se han desvanecido en la memoria. La ideología del “buen fútbol” se ha fundido, haciéndose un todo, con la Farça, especialmente, desde que Guardiola fichó como entrenador. En El País post-Segurola, el ideólogo es, precisamente, Ramón Besa, antaño en un papel más secundario. Guardiola representa, para los neo-prisaicos, un “upgrade” de Cruyff: un Cruyff dulzón hasta el empalago, que proviene de la Masía. Un Cruyff en humilde -Cruyff siempre ha sido indisimuladamente arrogante-, cuyas estrellas no son el antideportivo Stoitchkov o el rudo Koeman, sino los españolísimos (¡y canteranísimos!) Messi, Xavi o Iniesta. Tipos bajitos y modestos. Y feos.
Para completar el cuadro, el Madrid ha fichado a los anti-héroes perfectos, Mourinho y Cristiano. Extranjeros, soberbios, triunfadores. Cristiano, además, es insultantemente fuerte, rápido y guapo. Lo curioso de esta situación es que, al radicalizarse, el discurso neo-prisaico contradice sus propios orígenes. Es como si hubiera interiorizado sus consignas y olvidado sus argumentos. Veamos: si un equipo bate todos los récords de goles a favor y no es el equipo menos goleado, la lógica dicta que se trata de un equipo ultra-ofensivo. Pero no: aquí llega el prejuicio, el fanatismo ideológico. A ese equipo jamás se le reconoce su inclinación por el ataque. Un equipo semejante, por lógica, debería hacer buen juego, puesto que sólo con buen juego se alcanzan esos resultados. Pero no: se dice que no juega a nada, que sólo tiene “contundencia”.
¡He aquí, como dice Arcadi Espada, el animalito! La “contundencia”: la nueva “furia”. ¿Qué es la “contundencia”? ¡La nada! ¡La incapacidad de reconocer, por puro prejuicio, una verdad cuando ésta les golpea en los ojos! Antaño, la Prensa prisaica celebraba que los campeones de Liga -el campeón: la Farça- fuera “el máximo goleador, y no el menos goleado”. El Madrid juega a marcar un gol más que el adversario. Juega y deja jugar. La Farça juega a monopolizar el balón. Se protege defensivamente (recordemos que Guardiola hizo su máster en Italia, donde aprendió, además de las pócimas y tratamientos de vanguardia, la estrategia y la táctica que el menotti-valdanismo nunca podría haberle enseñado), y asegura su portería. La posesión del balón en cantidades industriales -garantizada por unos arbitrajes que hacen imposible el juego duro- siempre ofrece alguna oportunidad a Messi para que marque los goles necesarios.
Llegamos así a otra contradicción flagrante. La ideología prisaica solía sostener que el fútbol era de los jugadores. Que los entrenadores no podían ni debían apropiarse de él. Pero, empezando por Cruyff, y llegando al paroxismo con Guardiola, han hecho del fútbol una cosa de entrenadores. No ya de “sistemas” -lo que resulta demasiado mecánico, ajedrecístico, para esta gente-, sino de “filosofías”, de “estilos”. Se camufla así, por arte de magia, el hecho de que la Farça actual depende absolutamente de Messi. (Y sí: es cierto que Guardiola potenció al argentino quitándolo del extremo y poniéndolo de único “segunda punta”; pero no es menos cierto que ha construido un equipo en torno a él, para él, eliminando toda posible competencia o foco de conflictos). Sin Messi, no hay “filosofía” ni “estilo” que consiga los títulos. Pero, curiosamente, es el Madrid de Mou el que “vive de la pegada de sus delanteros”, del “martillo de Cristiano”. Muy curioso: no hace tanto, los neo-prisaicos sostenían que “sin Cristiano, el Madrid juega mejor”.
Y hay aquí otra contradicción entre la neo-ideología y la ideología original. En un principio, los ideólogos solían aplaudir a los jugadores de fuerte personalidad, los “rebeldes” al encuadramiento en el “sistema” de los entrenadores, pues el fútbol era de los jugadores. Hoy, aplauden a los farçantes: niños buenos, gustavines que jamás alzan la voz ni le hacen burla al maestro Pep a sus espaldas. Messi no es un rebelde, sino un consentido. Iniesta es un pánfilo. Xavi es el alumno aplicado que repite de memoria la lección aprendida. Rebelde fue Ibrahimovic, y no tardó en ser expulsado del “cole”. En cambio, la neo-Prensa hace escarnio de los jugadores del Madrid, considerándolos poco menos que marionetas de Mou.
Desde un punto de vista psicológico, es como si los periodistas resolvieran las contradicciones de su discurso proyectándolas en el Madrid. Es decir: acusan al Madrid de las mismas cosas, justamente, que deberían acusar a la Farça. En qué medida sea esto consecuencia de una disonancia cognitiva, o del más puro sectarismo, es cuestión que no me compete decidir.
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