Por Custer
Los peinados de los futbolistas
La veda hace tiempo que se levantó y ya no hay quien la pare. La mayor revolución capilar del fútbol se produjo cuando a todos les dio por llevar melenitas tipo Beatles. Benito se les quedaba mirando y les llamaba “nenas”. En el Mundial de España, el gran Claudio Gentile le tiraba de los tirabuzones a Maradona, que acabó mariquita perdido y follado por los suelos. Algunos incorporaron también el bigote y la cosa pareció estancarse ahí. Hubiera sido lo mejor. Pero fue sólo un espejismo. Enseguida recurrieron, al menos en Europa, a los tintes y al diseño de peluquería barata, al Rupert te necesito, y los delanteros empezaron a moverse por las áreas como Pedro por su casa. Llegaban, y aún llegan, a sus chalecitos con piscina y vistas al mar con las tibias intactas. Cuando la moda del peinado se imponga también en Uruguay, Paraguay, Chile y otros pueblos indígenas, los partidos acabarán 21 a 10 y cosas así. Soy muy pesimista al respecto.
Las botas
Sólo pido una oportunidad. 15 minutos de charla con Mou. Qué digo 15. Cuatro minutos me bastan para explicarle el concepto del Ataque Stuka que incluye también, como novedad, un muy original bosquejo de botas de fútbol que recupera por fin su esencia: la bota; y no esas ridículas zapatillas de ballet coloreadas que se llevan ahora. La Bota Custer, que he bautizado como Señora Bota, presenta un revolucionario diseño de tacos con agujeritos, como las balas blindadas, que al correr asemejan el ulular demoníaco de una sirena de incendios. El efecto demoledor que puede provocar semejante sonido en el ánimo del contrario (lo llamarían Las Trompetas del Infierno) nos garantizaría de entrada cierta ventaja psicológica de cara al marcador. Esto es un pequeño ejemplo de lo que puedo ofrecerle al club, si bien, paradójicamente, nadie aún se ha puesto en contacto conmigo. Como buen madridista, no desespero.
La Cultura I
Soy un amante del Canto Gregoriano y mucho más aún de los Cantos Tuvanos, que a todos recomiendo si tienen narices de aguantarlos. En occidente hay un mito establecido que dice que es imposible cantar más de una nota al mismo tiempo; sin embargo, valiéndose de los armónicos, los tuvanos logran ejecutar hasta cuatro voces simultáneamente. Pero yo a esto no lo llamo Cultura, naturalmente. De hecho no sé a qué se está refiriendo la gente cuando habla de “Cultura”.
Al parecer es una palabra que cada uno entiende dependiendo de su partido político o filiación sindical, hasta convertirse en lo que ya es hoy: un acto de fe y una señal de la Gracia Divina. Empieza a repugnarme semejante palabreja.
La Cultura II
La batucada es la ópera de los Perroflautas. Sólo unos pocos elegidos hemos asistido, soportado y sobrevivido a un Festival de Batucadas, lugares donde la demencia y la mugre llegan a niveles tales que únicamente podemos calificarlos de “Artísticos” y, por ende, “Culturales”. Tres días perdido, apartado en un pueblecito español, con su cura, su farmacéutico, el tonto de la mano mala y el cheposo. Con mi Homero, mi Salinger y mis tebeos de La Masa. Feliz en lo que debía ser “una casa rural”. Sin la señora Colombo, que me había dejado allí, varado, para que “recapacitara, “descansara“ y, ya de paso, “recuperara energías”. Y de pronto, a eso de las ocho y media de la mañana de mi primer día “de reposo”, el Infierno. Me levanté de la cama angustiado ante lo que creí un ataque de apaches mescaleros y descalzo; no, descalcito porque el suelo estaba muy frío, descalcito como un perro me fui corriendo, dándome un ceporrazo en el dedo gordo del pie con la coqueta de madera, en busca de la mujer de la Casa Rural, la Vieja, la zorra ésa. “Señora… señora de mierda… ¿qué es ese escándalo? Vieja señora… vieja de mierda… El ruido… ¿qué es ese ruido?” «Son los jóvenes», me dijo. Los jóvenes.
Las Batucadas. Ejércitos de Batucadas. Con los Perroflautas a la cabeza. Había uno que era el “Director del Festival de Batucadas”. También tienen a sus Mozart, Beethoven y Debussyses. Y hay élites entre ellos. En la ópera, la Crème de la Crème, muestra sus smoking, sus Gabino y Gabana y sus joyas. En las Batucadas, la élite no son los Perroflautas, simples jugadores de la ACB, sino los NBA, la Aristocracia, la Sangre Azul: los Chanclasucias. Impresionantes como el Cañón del Colorado. Y tan exquisitos que ni siquiera tienen perro. Y no tienen perro por una simple razón: para no alimentarlo. Si tuvieran un perro se lo comerían. Tres días. Tres días escuchando eso que hacían. Golpes, golpes, golpes… tres segundos de silencio (ya crees que se ha acabado) y otra vez golpes, golpes, golpes… Algo hipnótico y Cthulhuniano. Yo quería irme del Pueblo de los Malditos pero no tenía cómo. Tres días así. Tres días mamando Cultura. Así que a mí no me hablen de Cultura, joder. Ni de guerras. Déjenme en paz.
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Abierta la Porra Virtual para el Violencia-Real Madrid
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